El Golpe ciego de Oscar del Barco



Anamaría Ashwell
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GOLPE CIEGO
ALTERNATIVAS DE LO POSTHUMANO
OSCAR DEL BARCO
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
México, 2021

 

I2

 

Estos textos que ahora reedita la BUAP me fueron compartidos y fui leyéndolos muy joven, demasiado joven, acomodándolos en el suelo –por decirlo así– de una práctica como antropóloga de campo que me entrenó a contar historias de mundos aniquilados con violencia. Una práctica que instala en la mirada la infranqueable convicción de que algo andaba muy mal en aquello de “civilizados”, como decía David Graeber, en que nos habíamos convertido. Una práctica, además, que obliga a inventar historias de sujetos despojados de vida, sujetos reales de carne y hueso con mundos invisibles, mundos otros inasibles con fracturas propias, mundos que no pasan luz en el riguroso discurso académico que los interpreta.

     Inevitablemente me había entrampado en una experiencia, o más bien en la resistencia, de unos campesinos totonacas anfitriones que enfrentaban a poderosos cacicazgos por la tenencia de sus tierras ancestrales. Campesinos hundidos en las profundas capas de violencia del Sistema. Esos tiempos regresan memoriosos ahora al releer o incluso leer por primera vez algunos de estos textos de discusiones en seminarios sobre El capital en salones de la BUAP que Oscar organizaba entonces y a los cuales yo no asistí. Yo estaba ocupada contando cuántas tortillas comía al día un campesino totonaca,3 o cuántas balas dispararon los caciques y los soldados cuando ellos ocuparon tierras de ranchos en la sinuosa y verde sierra entre Puebla y Veracruz. Y también copiando archivos y mapas en las oficinas de la antigua Secretaría de la Reforma Agraria.

     El suelo de nuestro encuentro y conversación, el mío con Oscar, no fue Marx, ni el Otro Marx –es lo que quisiera aclarar–, sino más bien algo así como “la realidad insuperable del Sistema en cuanto tal” o más bien la “maldad” del Sistema, como también dice Oscar, que a mí se me mostraba con los triunfos y derrotas de esos campesinos necios reclamando el derecho a la vida produciendo y reproduciéndose como dueños de sus tierras. Luchas por la tierra que se cobraban con vidas y que, incluso cuando triunfaron en algunas comunidades, solo abonaron a más de lo mismo: a “causa de su atraso”, decía además el argumento de algunos marxistas-leninistas de mi entorno académico.

     La mía fue una mirada desbordada; la palabra overwhelmed me parece más acertada. Y en todo sentido. Quedé –voy a decirlo así– anonadada con una mirada sin-sentido (quizás por eso la antropología culturalista en la que me había formado exigía no solo la observación participante sino, como primer acercamiento, el aprendizaje del lenguaje del otro, como si con eso se corrigiera el problema de la interpretación que necesariamente le impone nuestra traducción); y además desbordada por la violencia física, discriminatoria y racista que soportaban unos débiles campesinos totonacas enfrentados al inmenso poderío del Estado y los ganaderos propietarios de los ranchos.

     Pudor, miedo y vergüenza también me ofuscaron. Todo me rebasó.

     Y así, un día llegó un dirigente campesino afiliado al partido comunista a mi cubículo y se llevó todos los mapas que yo había copiado del archivo de la Reforma Agraria. Él sí sabía “qué hacer”.

     Oscar y yo coincidíamos, coincidimos de manera “desigual” –si puedo decirlo así–, los dos en el suelo donde “las campanas llaman a la muerte”.

     El otro suelo de nuestro encuentro fue en la hospitalidad que nos donó nuestra dedicación a la pintura.

     Poesía, música, eso que se llama “creación artística” ocupaba y ocupa a Oscar, y a mí me tiene pintando –no exactamente con brocha gorda, pero casi– y desde siempre.

     El hacer artístico construye una forma de vida. O más bien da a entender que la dedicación asumida en la creación de una obra artística descubre a uno en una forma de vida.

     La pintura y la poesía, tan centrales a la vida de Oscar, podían, pensó él, corresponder a una ética “loca”, sin imperativos, sin deber-ser, un “más” o la experiencia de un “advenimiento” (recuerdo que así lo decía con la lectura de la poesía de J. L. Ortiz) de aquello que no puede nombrarse. Quizás.

     La pintura como forma de vida en la que el hacer deja ver la obra, deja oír el habla de la poesía, fue o es para ambos un hacer que se nos dio, en el develamiento y ocultamiento (creo que decía también Oscar con su lectura de esos dos conceptos claves de Heidegger4), aguardando... ¿qué? ¿Aquello que no viene al habla quizás? ¿Dejando crecer lo que salva? ¿Y que necesita en realidad algo así como una incólume fe para vivirlo? –quiero decir, para vivirlo como posible– (me disculpan la palabra “fe”, que está cargada de significaciones religiosas, pero no encuentro otra).

     Un hacer en el que yo, por lo menos, había apostado a la espera de algo que va más allá de la obra, eso que creo Agamben también decía se realiza no con una obra, una cosa, sino en la obra que resulta “de todos modos” o a pesar del “artista”, es decir, sin autor.

     Obra que quizás sucede en ese “temblor” que nos arroba enfrentados a las presiones del misterio del hacer poético o artístico, como dice George Steiner, porque “las campanas siguen sin paz”.5

     Quiero decir, “llamando a la muerte” en el reinado de un Estado técnico absoluto que es esto, como dice Oscar, inundado de ruidos que se desprenden de los delirios de la ciencia, como se lamentaba Iván Illich, donde el hacer poético, la pintura, cualquier hacer más allá de lo trivial –y creo que sigo plagiando a Steiner–  no solo es un esfuerzo por vivirlo sino por ponerlo en palabras: todo lo que pudiera decirles sobre la “creación” artística atrae además la ilimitada capacidad del habla que admite decir cualquier cosa.

     Oscar, en la presentación de la obra de un amigo pintor en Córdoba, Federico Ballestero, señaló, sin embargo, que el “hacer artístico” –en cuanto “develar” y sin relación de dominio con lo que interpela para que se muestre a los ojos– permite vivir “elevándonos”, dice, “sacándonos de la estupidez cotidiana”, otorgando una manera de vivir en la donación y de la donación, como escribió en ese hermoso librito sobre Juan L. Ortiz.

     Tal vez.

     Oscar ha invocado, como Rilke, a esos ángeles para que abran un espacio salvífico, un nuevo comienzo, y esa es una apuesta terrorífica.

     Dejar-ser es la insistencia, “avanzando hacia un lugar donde el hombre despliega su libertad despojada de todo condicionamiento”, dice Oscar, pero no es de Oscar, ni de Rilke, ni de Hölderlin, ni de Juan L., la insistencia, sino de la soberanía de la obra poética, de la obra pictórica, que abre o más bien se fuga del mundo del poeta o del pintor cuando estos ceden.

     En esa disponibilidad sin más se encuentra Oscar. Alojado en el hacer pictórico y poético, Oscar aguarda. “Despojos” le puso a la última y reciente muestra de sus cuadros, promovida por amigos y la Secretaría de Cultura de Córdoba. Despojos “inútiles”, me agregó con mano temblorosa en la primera página del catálogo impreso.

     Obra que yo aprecio y recibo precisamente por inútil. Obra abstracta que forcejea con el vértigo del vacío, íntima, iluminada de misterios –creo que puedo estar plagiando a Barnett Newman para expresar lo mucho que me gusta, que me “importa”, su obra pictórica.

     Y una edición impresa en 2022 del poema “Cual”, que da cuenta del esfuerzo de Oscar por abrirse a un antes de la palabra y que dice al final: “...más allá de mí las palabras se aproximaron y esto es todo lo que puedo hacer y decir; lo demás son actos sin esperanza...”.

     Así también otro poema aún inédito, “Pájaros”, que me compartió a finales de noviembre del año pasado con el aviso “todavía vivo”.

 

II6

 

Oscar aún vivía cuando redacté mi primera presentación de esta edición de la BUAP de su libro, y fue a él a quien primero le di copia de lo que renuentemente iba a decir ese día en el Salón Barroco de la universidad. Ya no está Oscar; murió el dos de junio de 2024, así que lo que les voy a narrar hoy lo haré a sabiendas de que cualquier cosa que digamos –o diga yo– ni es neutral, ni es verdadero, tampoco falso, sino solo una mirada más.

     Lo primero que voy a contarles es que yo creo que este libro, Golpe Ciego, originalmente recopilado y editado en Buenos Aires en el año 2010, por lo menos en la primera parte donde se recogen sus lecturas de Marx, el Estado, la crisis y el problema de la técnica, fue en gran medida resultado –o respuesta, si se quiere– impulsada por el hondo intercambio que Oscar llevó hasta la más radical de las posturas contra su gran amigo Pancho Aricó.7 El ensayo “Crisis de la Política”8 de 1994, que Oscar retoma en “Notas sobre Política” en 2010,9 será algo así como esa postura radical asumida por él a partir de la experiencia al lado de Pancho y, de manera significativa, en el Partido Comunista Argentino. Hoy ya no está Pancho para que yo pudiera cederle a él la palabra sobre lo que sucedió en el choque de ideas entre ambos cuando sus miradas del mundo divergieron en política, y Pancho le dijo exasperado a Oscar: “Sos un constructor de derrotas”.

     Pero les puedo contar que en ese punto la amistad se interrumpió un tiempo, pero nunca se quebró. Los dos partían de la idea (no sé si llamarle conclusión) de que nada menos que una aniquilación total del hombre sucedería si no se resistía al Sistema que perseguía ese fin hasta el final. Para Oscar, a diferencia de Pancho, había fracasado el marxismo en todas las formas e ideas que privilegió para enfrentar al sistema capitalista.10 Al agotar su exposición argumentativa11 de lo que Pancho y muchos otros marxistas sostenían en su entorno no solo teóricamente sino como alternativa práctica para superar al sistema capitalista, ya no hubo retorno para Oscar. A partir de entonces, Oscar le pondría una mayúscula al Sistema, ya no reducido a capitalista”, sino como una “realidad insuperable” o “suma imaginaria total de nosotros mismos” que le exigió otro camino del pensar para resistir.

     Sus lecturas de Nietzsche fueron el comienzo de ese nuevo camino, y las compartió con nosotros en un seminario al cual asistimos Julio, Jorge y yo, entre otros. Entre 1980-82 publicaríamos en Espacios sus “Protocolos nietzscheanos”. Esos protocolos exponían la forma de vida en resistencia que Oscar asumiría hasta el final. Nos puso sobre aviso, si se quiere, cuando escribió: “El objetivo de estas lecturas es tratar de establecer el tipo de conducta al que conduce el pensamiento de Nietzsche”.12 Yo estuve en ese seminario y confieso que en las nubes. ¿Protocolos? ¿No “Notas” ni “Comentarios” a la obra de Nietzsche, sino “Protocolos nietzscheanos”? Y de parte de uno que fue el más antiprotocolos imaginable. Uno que ignoraba incluso las más triviales reglas que se exigían de nuestras profesiones académicas. Oscar parecía compartir en voz alta, en ese seminario, cosas que le involucraban existencialmente y no solo como ideas, cuando insistía que la experiencia mística del Eterno Retorno de lo Mismo en Nietzsche era una propuesta ética.13 Una, como lo dijo él, que exigía la necesidad práctica de una transformación radical del hombre; es decir, de otra forma de vivir.

     Yo, que le escuchaba en ese seminario, era, entre otras cosas, una antropóloga ocupada en ir y venir desde apartadas y violentadas comunidades totonacas en la sierra de Puebla, y también una que pintaba cuadritos al óleo. Quiero decirles con eso que Nietzsche y Oscar me pasaron por encima como una nube que descargó solo asombro y confusión. Pero comprendí algo, y eso me hizo quedar quieta en mi asiento escuchando: Oscar estaba haciendo un esfuerzo al presentar esas lecturas de Nietzsche porque no solo le atañían a él, sino también a aquellas, como él decía, “almas bellas”14 ante quienes él podía soltar como granos de arena lo que había interpretado para que hicieran, o no, con eso cualquier cosa. Nos decía en esas lecturas de Nietzsche que la única resistencia al Sistema estaba desde lugares de un Otro radical; es decir, desde el arte, la poesía, las culturas de los “pueblos condenados” de Roa Bastos, aunque “pueblos extinguidos y resurrectos”, como los refirió él, sería más exacto; o la locura que, como experiencias vividas, eran los únicos lugares sin retorno al Sistema. Oscar nos extendía –o se extendió a sí mismo– una invitación al camino hacia la “intuición mística”, también al “desarreglo de los sentidos” al cual llegó finalmente Nietzsche, “aniquilando las barreras” y “límites habituales de la existencia” en una experiencia que exigía vivir con intensidad lo desconocido.15 Y en esa compleja interpretación del Eterno Retorno de lo mismo nietzscheano –que no tiene que ver con una idea de que la historia se repite– también se puso en el camino para recuperarse o recomponerse en la amistad con Pancho. Porque los actos vividos por cada uno de ellos fueron absolutamente esenciales y cruciales para cada uno. Si se diera el volver a vivir sus vidas, serían exactamente igual a la que vivieron; lo vivido con Pancho durante quince años en el Partido Comunista Argentino, en las discusiones que llevaron a la edición de los textos en Cuadernos Pasado y Presente, en la militancia política durante la dictadura y después el exilio en México, fueron experiencias esenciales. La amistad entre ambos se reconstruyó con el tiempo sobre una suerte de generosa y amorosa aceptación en la que ambos reconocieron la importancia no solo del largo tiempo vivido juntos, sino que, gracias a esa conversación entre ambos, uno y el otro arribaron a sus miradas divergentes del mundo.

     Lo que yo entendí de Oscar después, y fueron más de cuarenta años de una intensa y extenuante amistad, es que él, en general, veía el mundo como si fuera algo así como una obra de arte. A veces como si de tratara también de un texto literario. Un largo ensayo que me envió, “Las pinturas y las comunidades precolombinas del Cerro Colorado en Córdoba, Argentina”, y que compartimos en Elementos,16 lo ilustra: despliega Oscar en este texto una mirada de pinturas rupestres que, para mí, antropóloga, resaltó la levedad, chatura y aburridos relatos etnográficos acostumbrados de las ciencias sociales, incluyendo los míos. Necesito plagiar a Alexander Nehamas para transmitirles la “estética nietzscheana”,17 la narración moldeada por la literatura y la poesía, que da forma a este original texto “etnográfico”, pero también a muchos otros textos; y me permito plagiar a Nehamas porque fue el mismo Oscar quien me insistió que yo leyera su libro sobre Nietzsche18 cada vez que demostraba el esfuerzo inútil que hacía para interpretar lo que es imposible de comprender, sobre todo en algunos de sus escritos filosóficos. Imposible de comprender, obviamente, no solo porque yo carecía y carezco de lecturas y lenguajes que son comunes a los que estudiaron filosofía, sino por una razón mucho más esencial: en el camino de reconciliación con el hombre y la tierra que Oscar atribuye a la poesía de Juan L. Ortiz, el arte y la poesía se alejan, lo dice él, de los límites que le impuso la clausura científica y política de la modernidad (y agrego yo, la academia). Y en esa “estética” que está en los variados estilos de escritura que Oscar ensayó, siempre algo propio del ser mismo de la poesía se manifiesta –como en la poesía que busca decir desde la poesía– y se vuelve intransmisible y teóricamente inexpresable. Oscar me enredaba a veces en un estilo de escritura imposible a mi comprensión porque estaba, desde esa ética del Eterno Retorno nietzscheano, en el camino de hacer de él mismo una obra de arte (como decía Nehamas de Nietzsche19); buscando que no le abandonasen virtudes como el humor, la amistad y el amor –y lo dice él en el poema Pájaros que me envió casi al final de su vida– cuando “en mi sangre escucho plegarias o tal vez el grito de las víctimas”, un constante repicar en el espíritu de las campanas sin paz.20 Su camino, experiencia o pensar, llamémosle como quieran, no accedía fácilmente a la palabra. Oscar, además, no construía “derrotas” como creyó Pancho, sino una forma de vivir en resistencia que no se permitía la indiferencia al sufrimiento del Otro.

     Por último, antes de enredarme más en el mundo y la filosofía que me compartió mi amigo, quizás me toca dejar constancia de algo que pasó desapercibido para los que hoy retoman sus ideas y escritos. Oscar estuvo siempre muy atento a lo que antropólogos que cruzaron caminos hacia el Otro regresaban contando. Quiero decir, de los relatos de aquellos antropólogos que se adentraron en la “selva” que es el Otro y retornaban contando historias y narrando sus tristezas. Recuerdo su carta en la que me expresaba su desacuerdo por lo que yo escribí sobre Lévi-Strauss.18 Recuerdo que me encomendó escribir en Espacios un ensayo sobre Pierre Clastres que no pude redactar porque la tragedia de los Ayoreos contemporáneos,21 como el actual holocausto en Gaza, me rebasó. Me sigue rebasando.

     Podría ocupar un tiempo agotador contándoles sobre nuestras conversaciones en torno a pueblos basados en sistemas de parentesco en oposición a sociedades modernas que giran en torno a impersonales instituciones como el mercado o el Estado. Y plagiando a David Graeber,22 cuya obra no tuve tiempo de compartir con Oscar porque en nuestras últimas conversaciones casi siempre la pintura nos tenía ocupados, les puedo contar sobre algunas cosas que, creo yo, orientaron su único oído no sordo a escuchar las narraciones de la antropología y algunos antropólogos.23 Primero, porque los antropólogos narran historias que son casi siempre argumentos contra la arrogancia cultural occidental. Narran historias como la de los llamados aborígenes australianos, que son pueblos con una pobreza material extrema viviendo en un mundo de riqueza y complejidad simbólica inconmensurable. O narran historias de pueblos que aspiran a mantener una comunidad igualitaria, como los Iroqueses en América del Norte, construyendo consensos para decidir acciones, incluso incursiones guerreras. Narran historias de familias, como entre los Nuer, que es intraducible a lo que entendemos por familia en Occidente. Narran historias de pueblos con lenguas guturales y prosódicas como el de los Pirahã, que se asemeja a los sonidos de pájaros en sus selvas. Quiero decir, con Graeber, que los antropólogos son de hecho los únicos que saben algo sobre sociedades que en verdad viven sin Estados y nunca pueden evitar describir los horríficos momentos de conquistas, colonización y aniquilación que descienden inexorablemente sobre sus territorios y vidas. Resisten ante ese “Uno-Común totalitario”, y como los locos, oponiéndoles solo la fuerza de su debilidad.

     Pero creo, como algo seductor para el pensar de Oscar, que las narraciones de antropólogos avisan que otros puntos de vista son posibles, pero no como puntos de vista que son equivalentes. Todos los puntos de vista, si se quiere “culturas” para hablar como antropóloga, apuntan o trazan fines y propósitos propios, privilegian en pueblos una dirección sobre otra y asignan mayor énfasis a algunas cosas, escogen algunas cosas sobre otras, dejando infinitas cuestiones sobre sus mundos sin respuestas. Cada mirada del mundo impulsa formas de vida particulares. Ninguna “funciona”, por decirlo así, sin códigos y moral que nivela el comportamiento del rebaño, previniendo y castigando a aquellos que ponen en peligro la sobrevivencia y reproducción “como” rebaños. Las culturas del Otro, o la traducción que hacemos de las culturas del Otro, no es que reclaman un conocimiento mejor o superior del mundo ni representan mejor o peor la realidad del mundo (este relativismo grosero de gran parte de la antropología no le interesaba a Oscar, ni a mí), sino más bien nos muestran que mucho de lo que hay y que conocemos en, o de todos, los mundos o culturas no es accesible a nuestra interpretación de la “realidad”. Que siempre hay alternativas, siempre estamos reinterpretando el mundo con nuevas interpretaciones del mundo. Por eso, vivir exige de la imaginación, y la imaginación es productora incansable de interpretaciones del mundo y nunca genera una interpretación finita o absoluta. Para todos, para nosotros y para el Otro, somos uno y el Otro, por decirlo así, encomiándonos a reconocernos en lo que queda fuera, en la intemperie, en el silencio, de las posibilidades que asumimos como “realidades” o “verdades” en nuestros mundos.

     Y más aún, para Oscar, la antropología o los antropólogos, exactamente como lo dice Octavio Paz24 (y no los filósofos, como pensó Nietzsche), son por excelencia la mala conciencia de nuestros tiempos.

     Así, creo yo, leyó Oscar las narraciones de Malinowski en Melanesia. “Eso” sería lo que nos quieren decir los Trobriandeses: un mundo que se muestra perfectamente denso y perfilado, apuntalando no solo que hay infinitas formas posibles de mundos, que nos obliga a mirarnos en el Otro, y así reconocer el carácter contingente o histórico de todas las instituciones y valores, en sus culturas y la nuestra, que crea la posibilidad, o la ilusión, de que podemos cambiar.

     Aunque, me temo, ante esa posibilidad esperanzadora, la historia devenida y las condiciones de vida de los pueblos Otros no nos condujeron al final, ni a él ni a mí, a ninguna salida de nosotros mismos.

     La examinación de una vida vivida a la que conduce la ética mística del Eterno Retorno de lo mismo nietzscheano que emprendió Oscar fue un forcejeo. Implica la decisión de ser distinto, obliga a vernos en el presente, asumiendo todo lo que nos trajo al presente, construyendo algo así como un equilibrio o una identidad que, por más excepcional, puede también resultar en un ser humano deleznable. ¿Cómo eludir al hombre?, se preguntaba Zaratustra. ¿Cómo se vive con virtudes cuando lo opuesto, el mal, son partes ineludibles de la vida? ¿Cómo se vive más allá del bien y del mal?

     Al final, ¿encontró Oscar su voz en la locura y el odio como también en el aromo en flor? Aunque leve el rasguño, ¿cambió de dirección el mundo? ¿Vivió Oscar el esplendor del amor develado?, como pregunta el último poema Pájaros que me compartió.25

     No sé.

     Oscar, con voluntad y fuerza, buscó vivir de otra manera y dejó en el camino ensayos, libros, cuadros, poemas, familia y amigos, y un mundo sin asidero que no sabemos con él a dónde se dirige.

 

NOTAS

 

1 Presentaciones del libro Golpe Ciego de Oscar del Barco. Prólogo de Pablo Gallardo y Gabriel Livov. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2021.

2 Conferencia dictada el 13 de marzo de 2023 en el Salón Barroco de la BUAP.

3 También autonombrados otoneca o tutunacu (tutu: tres, nacu: corazón) según la región.

4 Del Barco, Oscar, Dos conceptos fundamentales del último Heidegger. Espacios. BUAP. Año uno. Número tres.

5 Del Barco, Oscar, Las Campanas no tienen paz. Ediciones Activo Puente. Bs. As. 2013.

6 Conferencia dictada el 11 de agosto de 2025 en la Facultad de Filosofía y Letras, BUAP.

7 José María Aricó, pensador y editor de un importante pensamiento en torno a Marx y el marxismo, con obra demasiado extensa para resumirla aquí.

8 En El abandono de las palabras. Colección Tantalia. Fundación Universidad de Córdoba. Córdoba, Argentina. 1994.

9 Originalmente publicado en Nombres no. 24 y reeditado en Escrituras, Bs. As. 2011.

10 Si bien será hasta 2007, en Córdoba, con la polémica sobre “la responsabilidad”, cuando lo que pensó entonces se vuelve “es lo que pienso”. Ver, No matarás: sobre la responsabilidad. Ediciones del Cíclope. Universidad de Córdoba. 2007. Conversamos Oscar y yo las implicaciones de ese “No matarás” como sentencia absoluta, como un valor o principio que legisla todo y que, si es absoluto, estamos en todos los contextos exigidos a vivirlo; ¿Qué pasa cuando yo estoy a favor del aborto? ¿Esa sentencia se extiende a los animales? ¿Qué pasa con el “no matarás” en comunidades no sedentarias de cazadores-recolectores regidas en parte por el infanticidio? ¿Cuándo la mujer que, al reclamar el derecho al aborto, lo que reclama es quitarle al Estado el derecho a decidir sobre su cuerpo? Nuestro desacuerdo no viene al caso en esta presentación, pero me parece importante notar que Oscar salvó o buscó salvar a ese principio de No Matarás de convertirse en un principio moral absoluto cuando refiere un orden empírico y otro trascendental. Él me regaló la edición de este libro, y lo más que puedo yo hacer ahora es extenderles a ustedes una invitación a su lectura.

11 Yo señalaría Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninistas. BUAP. 1980 como demostrativo de ese momento.

12 En “Protocolos nietzscheanos II”. Espacios no. 2. 1982. Cuando retoma estos textos para reeditarlos en Nombres (no. 2, Córdoba 1992), lo hace con una nueva redacción o versión “sistematizada y condensada” del texto original en Espacios, como explican Gallardo y G. Livov en 2010. Y con otro título. Esa misma y última redacción “sistematizada” será reeditada en Golpe ciego, editorial BUAP. 2021.

13 “Notas sobre la Mística de Nietzsche”, retomado en la revista Nombres no. 2, Córdoba en 1992, y reproducido en esta edición de Golpe ciego.

14 “... universitarios, profesionales, investigadores, artistas, etc., ‘una tiza en el bolsillo del Sistema’, creyéndonos no reconocidos en este”. En “Notas sobre la Política” en Escrituras. Biblioteca Nacional. Bs. As. 2011. Pág. 309. Yo creo que Oscar con “almas bellas” refería a esos “espíritus libres” de Nietzsche o al “espíritu libre por excelencia” en aquellos que pueden o logran “abandonar la fe y el deseo por certidumbres” y a los que Nietzsche alude en La Gaya Ciencia como en La genealogía de la moral.

15 “El peligro y lo que salva” en Nombres año 1, no. 1, Córdoba 1991.

16 Cuadernos de Elementos no. 7.

17 Creo que lo que Nehamas señala en Nietzsche es también extensivo a Oscar: “...arriba a muchos aspectos de su mirada del mundo y las cosas, incluyendo sus ideas sobre los humanos, al extrapolar ideas y principios que aplican casi intuitivamente a (textos) literarios... y muchas de sus ideas se vuelven significativamente plausibles desde esta perspectiva”. (Traducción mía). Nehamas, Alexander, Nietzsche, Life as Literature, Harvard U. Press. 1985. Pág. 3.

18 Nehamas, Alexander, Op. cit.

19 A. Nehamas, Ibíd. Pág. 149-151.

20 O. del Barco, Las campanas no tienen paz. Ediciones Activo Puente. Bs. As. 2013. Este, quizás, el libro más “personal” que escribió. Me lo dio saliendo de imprenta en 2013, transmitiéndome “el esfuerzo de espíritu” que fue escribirlo para que lo tuviera en cuenta al leerlo.

21 En Cuadernos Pasado y Presente, Oscar publicó un largo ensayo sobre Lévi-Strauss: El pensamiento salvaje de Claude Lévi-Strauss. No puedo precisar el año porque solo guardo una copia que él me entregó cuando estábamos en el CIF-BUAP. Mi ensayo “El fútil ejercicio de Lévi-Strauss y Buell Quain en la Selva Amazónica” se encuentra en Elementos, No. 81, Vol. 18, enero-marzo, BUAP, y es del año 2011.

22 Últimos pueblos cazadores/recolectores del Chaco paraguayo/boliviano en trágico proceso de sedentarización dirigida por misiones católicas, protestantes y menonitas. Ayoreo designa “las personas” en singular; en plural sería ayoreode. Sus lenguas corresponden a la familia Maskay, en la que están incluidos otros pueblos del Chaco paraguayo como los Chamacoco, Toba, Añgaite, Sanapaná en la frontera con Brasil. Solo un reducido grupo o banda ayoreo, los Totobiegosode, permanecen actualmente en el monte y sin contacto. Son también conocidos como pueblos del pájaro sagrado asojna, de la familia del urutaú, al que la cultura popular guaraní en el Paraguay designa como el pájaro cantor. Ver Bessire, Lucas, Behold the Black Caiman. University of Chicago Press. 2014, narrado por uno de los pocos antropólogos que habla la lengua de los ayoreo.

23 Graeber, David, Fragments of Anarchist Anthropology, Prickly Paradigm Press. Chicago. 2004.

24 “Field anthropologists”, como se entrenaban y nombraban en tiempos de Franz Boas, y no aquellos que desde gabinetes universitarios, en la actualidad, redactan interpretaciones del Otro.

25 O. Paz, Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo. Joaquín Mortiz. México. 1967.

26 Del poema de Oscar, “Pájaros”.

 

Anamaría Ashwell
Centro de Investigaciones Filosóficas
Instituto de Ciencias
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Velez Pliego, entre 1978-2000

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