Sobre La mirada interior de Julio Glockner



Enrique Soto Eguibar
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Quiero imaginar una Ucronia: Qué habría sucedido si el contacto entre el mundo amerindio y los peninsulares hubiera sido de amistoso intercambio. ¿Cómo habría sido el renacimiento europeo si en vez del oro, les hubieran llegado los honguitos y el peyote? ¿Qué habría sido del Rey Luis XV y María Antonieta si hubieran consumido santos niños o peyote?


    El texto de Julio Glockner se mueve en varios niveles que abarcan desde el contacto inicial de los peninsulares con los indios antillanos, a la conquista y evangelización, los hongos y el redescubrimiento de las plantas mágicas por Gordon Wasson y Richard Evans Schultes; las experiencias de Antonin Artaud y Henry Michaux, entre otros. En cierta forma, el libro constituye un estudio de la espiritualidad en  los pueblos amerindios y el papel de las plantas mágicas en el desarrollo de esta espiritualidad. 
    El libro inicia justamente estudiando a los indios Tainos en las Antillas y aparece muy claramente ya el desencuentro entre los frailes cristianos y los indígenas, para quienes -según Mircea Eliade– el mundo real y significativo va asociado estrechamente al encuentro con lo sagrado. Vivir como ser humano es ya en sí mismo un acto religioso.  Así –dice Julio– resulta imposible para los frailes cristianos entender la cosmovisión indígena que rápidamente condenan. 
    Se les prohíbe el uso de  la cohoba, la legumbre enteogénica según Jonathan Ott, y se trata de desmontar sus rituales ridiculizándolos y desmintiéndolos. Lamentablemente, como escribe el autor: “El contacto visionario que los indios antillanos mantuvieron con los seres espirituales a través de la inhalación del mágico polvo solar se extinguió con el exterminio de estos pueblos sometidos y esclavizados”
    La cohoba –dimetil triptamina (DMT)– es un alcaloide que actúa sobre receptores serotonérgicos. Si se combina con otras inhibidoras de la monoaminooxidasa o con derivados de la harmala (como en la ayahuasca) el efecto se potencia enormemente. Sola produce un viaje corto y poderoso con desrealización y despersonalización. Creo que hoy es una droga en auge y en la tribu Rave se le conoce como la molécula de Dios o la droga espiritual.
    Respecto del asunto de la conquista hay un párrafo sobre las ideas piadosas de los frailes, tomado de fray Gerónimo de Mendieta, que es profundamente revelador:

Débese aquí mucho ponderar, cómo sin duda alguna eligió Dios señaladamente y tomó por instrumento a este valeroso capitán D. Fernando Cortés, para por medio suyo abrir la puerta y hacer camino a los predicadores de su Evangelio en este nuevo mundo donde se restaurase y se recompensase la iglesia católica con conversión de muchas ánimas, la pérdida y daño grande que el maldito Lutero había de causar en la misma sazón y tiempo en la antigua cristiandad. De suerte que lo que por una parte se perdía, se cobrase por otra. Y así, no carece de misterio que el mismo año que Lutero nació en Islebio, villa de Sajonia, nació Hernando Cortés en Medellín, villa de España; aquél para turbar el mundo y meter debajo de la bandera del demonio a muchos de los fieles que de padres y abuelos y muchos tiempos atrás eran católicos, y éste para traer al gremio de la Iglesia infinita multitud de gentes que por años sin cuento habían estado debajo del poder de Satanás envueltos en vicios y ciegos con la idolatría.

    A partir de estas consideraciones –dice Julio– se hace una lectura teleológica de la historia de la conquista, no exenta de actos prodigiosos y milagros que no dejan lugar a duda, de que Dios tomó la determinación de enviar a Cortés a conquistar material y espiritualmente estas tierras.
    El imaginario religioso mesoamericano fue considerado en su conjunto obra del demonio. Ni qué decir de la embriaguez que provocaba el uso ritual de plantas sagradas que fue, a los ojos de los colonizadores, un estado mental confuso y aberrante producido por el diablo. Según se entiende, el engaño diabólico, operando mediante la embriaguez, trastoca el cuerpo y el espíritu. Conociendo el actuar de los religiosos en Europa y de la Santa Inquisición Española, resulta evidente que a los indígenas literalmente les cayó el chahuiztle. 
    Me pregunto cuánto de esta visión satánica persiste en el sentir de algunos individuos hoy en día. Individuos profundamente religiosos, creyentes y temerosos del infierno. Imaginan que la adicción y el uso de drogas, se dé en la condición y momento que sea, es obra del mismísimo Lucifer. Realmente cuando hago esta reflexión tengo en mente a una persona en particular, no es una reflexión abstracta. Estoy pensando en Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. O sea, no es cualquier cura trasnochado, estoy pensando en este chiquitito con todo su ejército y los miles de individuos que, imagino, piensa él, rescató de los brazos del satánico por medio de su respectiva dosis de plomo. 
    Dejemos estos aspectos que son la parte más terrible y descojonante de la conquista, y hablemos de los enteógenos:
    En 1569 Pedro Ponce escribió:

Beben el ololiuhque y el peyote, una semilla que llaman tlitlitzin, son tan fuertes que los priva de sentido y dicen se les aparece uno como negrito que les dice todo lo que quieren. Otros dicen se les aparece Nuestro Señor [Jesucristo], otros los ángeles. Y cuando hacen esto se meten en un aposento y se encierran y ponen un guarda para que les oiga lo que dicen, y no les han de hablar hasta que se les ha quitado el desvarío, porque se hacen como locos. Y luego preguntan qué han dicho, y aquello es lo cierto.

    Citando a Octavio Paz, se plantea uno de los nodos centrales del texto:

Magos y poetas, a diferencia de filósofos, técnicos y sabios, extraen poderes de sí mismos. Para obrar no les basta poseer una suma de conocimientos, como ocurre con un físico o con un chofer. Toda operación mágica requiere una fuerza interior, lograda a través de un penoso esfuerzo de purificación. Las fuentes del poder mágico son dobles: las fórmulas y demás métodos de encantamiento, y la fuerza psíquica del encantador, su afinación espiritual que le permite acordar su ritmo con el cosmos. Lo mismo ocurre con el poeta. El lenguaje del poema está en él, y solo a él se le revela. La revelación poética implica una búsqueda interior. Búsqueda que  no se parece en nada a la introspección, o al análisis; más que búsqueda, actividad psíquica capaz de provocar la pasividad propicia a las aparición de las imágenes. (p. 106).

    Aquí se apunta a un aspecto central que tiene que ver con la espiritualidad y la mirada al interior. Apunta además a un aspecto que, si bien Julio no desarrolla -ni creo que sea su intención-, se pasa a su lado en varias partes del libro. El asunto de la creación artística y su singular espiritualidad. Según plantea Paz, es en gran medida análoga al obrar del mago. Diría yo que el obrar del mago y del poeta ocurre fuera del campo de la conciencia. El lenguaje del poeta que solo a él se revela es el lenguaje del conocimiento intuitivo, no explícito, el cual está en la base de la creación artística. Esta es una forma de conocimiento que solo recientemente se ha empezado a considerar con seriedad en neurociencias. Ese conocimiento que ocurre en el cuerpo y que parece surgir de la nada, “de las musas”, según la visión occidental; “de los dioses”, según la visión amerindia.
    La inspiración artística se relaciona con procesos cerebrales subcorticales y que sabemos conforman todo eso que no podemos explicar de nuestra conducta, lo indecible. Y justamente aquí el arte se acerca al problema del lenguaje. La imposibilidad de expresar algunas cosas con el lenguaje y que debe ser por tanto mostrado. Según Wittgenstein, “lo que puede ser mostrado no puede ser nombrado”. Creo que es ahí donde se encuentra gran parte de la creatividad en el arte, es ahí también donde, según entiendo, Julio Glockner ubica algunas formas de cognición místico-religiosa de los amerindios. En los años 50 se dio una importancia enorme a los procesos corticales y se les estudió ampliamente, dando origen a la idea de que son los procesos evolutivos de corticalización de funciones lo que llevó al desarrollo de las capacidades cognitivas del hombre, y esto es cierto en cuanto al lenguaje y el pensamiento abstracto racional, pero no es correcto en cuanto a otras funciones que se expresan en el campo de lo que llamamos emociones, pasiones y gustos. Por ejemplo, los procesos racionales en nada explican la fuerza de los hábitos, el amor, los vicios, menos aún el pensamiento religioso o la intuición artística, la creatividad, las adicciones o las fobias. Ha surgido así entonces una nueva visión que atribuye un papel fundamental y de mucho mayor peso a un conjunto de procesos que ocurren fuera de la neocorteza, de los cuales sabemos por nuestras reacciones corporales. Según William James, primero el cuerpo reacciona emocionalmente y posteriormente leemos en nuestro cuerpo la respuesta emocional. Esto quiere decir que centros subcorticales inducen respuestas conductuales que anteceden a la percepción conciente de los acontecimientos. Son vías neuronales que están entre las respuestas reflejas y las respuestas de alta intencionalidad. Nos encontramos así, por ejemplo, con que estamos enojados o contentos en condiciones en que no hemos elegido ni pensado estar contentos o enojados. Nos reconocemos y leemos nuestros estados de ánimo en nuestro cuerpo, en nuestro acontecer espiritual y todo esto ocurre fuera del campo de la razón. Creo que en este sentido el texto de Julio Glockner conecta muy bien con estas nuevas tendencias en la neurociencia, especialmente con lo que pensadores como Antonio Damasio consideran como la corporeidad del pensamiento, siempre manteniendo además los pies en la tierra y, haciendo a un lado ondas New Age, autoayuda y toda la multitud de neurodisciplinas dirigidas simplemente al mercado.
    El autor nos presenta un mundo en que aparece además el uso profano de plantas mágicas, particularmente los hongos en el mundo amerindio. Según nos dice Julio el uso de los hongos no se restringía a su empleo religioso. La fiesta, el uso profano de las plantas, aparece en toda su magnitud y Julio imagina que está además relacionado con actos sacrificiales. Bueno, esta es una de mis partes favoritas del libro y que más han modificado la visión que tenía yo del mundo mesoamericano. Hoy veo todo este mundo de sacrificios como una gran fiesta Rave de la antigüedad. La idea de las chicas que van por ahí comiendo sus honguitos es, por decir lo menos, tan sugerente, e invita a imaginar un mundo cultural amerindio mucho más complejo y enriquecido.
    Destaca por cierto en el conjunto del libro la muy detallada y hermosa descripción que hace Julio del mural de Tepantitla, sin duda un favorito del autor, que se regodea en el análisis y descripción de este mural de altísimo valor estético. Me pregunto yo si de alguna manera hay una psicodelia en el mural de Tepantitla. Lo imagino junto con Tonantzintla como un antecedente de lo que en los 60 se desarrolló en el arte  psicodélico. Sin dudarlo, debo mencionar el arte huichol y su forma antecedente y su enorme influencia en el arte de los años 60 a los 80; después, lamentablemente, el fin del mundo hippie nos ha llevado al mundo económico administrativo, contable y centavero que estamos viviendo.
    Me interesa especialmente la forma en que a lo largo del texto se introduce la “dimensión espiritual”, sin dioses o con ellos, eso parece irrelevante, pero sin elementos trascendentes, bien aterrizada en el mundo y formando parte de un todo que es material, pero también, en el hombre y los animales es espiritual. Lo espiritual tiende en nuestro medio a asociarse a cuestiones de religión ramplonas, no es ese evidentemente el sentido en que Julio lo usa y en el que yo lo estoy entendiendo. Es un sentido mucho más profundo y cercano a lo que en nuestro medio se denomina comúnmente como el alma, que lamentablemente tiene una connotación trascendente. Por eso justamente me gusta la idea de hablar de la “dimensión espiritual” que implica la capacidad de pensar, de pensarse en el mundo, de asombrarse, de dejarse habitar por los dioses y le da un sentido sacro a nuestra vida. Y aquí también hay que hacer la salvedad de que entiendo que también Julio concibe una sacralidad laica –o no–, según el individuo y su cultura, pero finalmente aceptamos que hay una sacralidad que no necesariamente refiere cuestiones religiosas o dioses. En mi caso diría que lo sacro refiere a la naturaleza, los animales, paisajes y circunstancias, pero también al arte. Si de alguna forma en el mundo occidental moderno la espiritualidad tiene expresión es a través del arte. 
    La razón occidental es otro de los nodos centrales del libro. Es el ponching back de Julio Glockner. Una crítica al núcleo de la razón occidental que es la de la realidad. El libro pone en tela de juicio esta razón. El análisis de la experiencia de Gordon Wasson con los hongos es el más claro ejemplo de esto que estoy diciendo. Acertadamente Julio pone a Wasson entre la razón y la fascinación. 
    Escribe Wasson:

No vaticinaré si los químicos y los terapeutas podrán encontrar alguna aplicación perdurable a las sustancias extraordinarias que hemos descubierto en estas plantas extrañas. En la actualidad sabemos, a diferencia del hombre primitivo, que los agentes activos son ciertas sustancias químicas con una estructura molecular precisa. El hombre primitivo creyó que eran plantas milagrosas que le hablaban con la voz de Dios. En estos tiempos no podemos aceptar eso, aunque existe la posibilidad de que dichas sustancias químicas de alguna manera abran la puerta a la percepción extrasensorial en ciertas personas. [...] Nos sentíamos en presencia de las Ideas a que se refirió Platón. [...] Para el mundo, nuestras visiones eran y deben quedar como “alucinaciones”. Mas para nosotros en ese momento no eran figuraciones mentirosas o nebulosas de objetos reales, ficciones de una imaginación desquiciada. Lo que estábamos viendo era, lo sabíamos, la realidad única, de la cual las manifestaciones cotidianas son simples bosquejos imperfectos. (p. 208). [...] ...lo que habéis visto y sentido se esculpe en vuestra mente como con cincel, para no volverse a borrar nunca. Al final sabréis qué es lo inefable y qué significa la palabra éxtasis. ¡Éxtasis! La mente vuelve al origen de la palabra. Para los griegos significaba el vuelo del alma fuera del cuerpo. (p. 211).

    Para Wasson el asunto es muy claro –dice Julio–, el hombre moderno, dada la información de que dispone, no se puede permitir creer que lo que está ocurriendo durante un ritual de este tipo sea una revelación de carácter divino. En su testimonio, Wasson se balancea entre una racionalidad que niega la autenticidad de las visiones y se decreta a sí mismo que deben ser consideradas como “alucinaciones”, es decir, autoengaños y desvíos de la razón, y, por otro lado, una sensibilidad fascinada por lo que está presenciando con todos los sentidos, que intuye que esa es también la realidad. Hay en él un conflicto entre razón y sensación que termina resolviéndose a favor de la primera. A Wasson la experiencia enteogénica le dejó la sensación de haber estado “ahí donde está Dios”, pero reconociendo después que se debió a un efecto bioquímico pasajero, una alucinación.
    Es notable el paralelismo entre las experiencias de Michaux y María Sabina, es un punto muy interesante que claramente nos hace entender que al final son más las semejanzas que las diferencias en la experiencia con las plantas, ambos refieren haber entrado en contacto con seres –dioses–, luego, ciertamente, como nota Julio, para Michaux de los dioses queda un aroma, para María Sabina los seres principales la acompañarán toda su vida.
    A diferencia de la concepción sumamente estática de la actividad cerebral propuesta por Schultes y Wasson, y que se discute en este libro, creo que habría que considerar otras formas de entender que rebasan con mucho la expresada por ellos. Por ejemplo, me habría gustado que Julio contrastara sus ideas con las de pensadores mucho más adelantados como el mismo Maturana o Christof Koch, cuyos textos son ampliamente disponibles y representan una visión más compleja del acontecer cerebral y le darían una perspectiva más interesante para debatir. Finalmente el cerebro es un sistema activo-dinámico autosostenido que está constantemente en la búsqueda de patrones cognitivos y su función es categorizar en términos de su experiencia los acontecimientos del momento. Con o sin drogas son muchos los relatos de apariciones y de seres que habitan aquí y allá. Esto es debido a la actividad natural y forma de operar de nuestro cerebro que con el uso de las drogas se acentúa o al menos estos procesos imaginarios se hacen más ostensibles, ya que, como bien dice Julio, el sujeto voltea a mirar a su interior. Desde una perspectiva más de orden psicológico parece como si la modificación de la dinámica cerebral eliminara los filtros que produce nuestro propio conocimiento y abriera la posibilidad de percibir aspectos que en el estado “normal” no son perceptibles; igualmente se abren las compuertas de la imaginación. Debo contarles en lo personal que, en las noches de desvelo, por los comunes excesos que se cometen en las fiestas con los amigos, los muros de mármol del baño de mi casa se convierten en una danza de seres que me rodean. Donde pongo la mirada aparecen todos esos hombrecillos, animales, caras, plantas. Me complace y en ocasiones me incomoda, ya que eventualmente tienen aspectos amenazantes. Creo que es debido a la depresión de la actividad cortical y la semiactivación de procesos asociados con el sueño, todo lo cual abre las puertas a estas percepciones.
    En estos mismos términos, son fascinantes las referencias a la experiencia del curaca, quien puede experimentar una conversión aloespecífica que implica que el chamán tiene la habilidad de cruzar las barreras corporales y adoptar la perspectiva de otro ser. Esto lo conduce a vivir una metamorfosis mística y a transformarse en animal, planta o insecto. La amplitud espiritual es tan grande que la individualidad se disuelve en el ambiente y el curaca puede reaparecer como rana, pecarí o tigre.
    Hay un texto de Thomas Nagel  del año 1974 “What is it like to be a bat”, que justamente se cuestiona acerca de nuestra capacidad de tener una experiencia empática que nos permita experimentar qué se siente ser un murciélago. Es una pregunta por los límites del ser y de su capacidad de comprensión empática. No puedo evitar además pensar en el pobre de Gregorio Samsa cuya familia vive la metamorfosis como un evento que le resulta espantoso y en cierta forma incomprensible.
    Dice Julio refiriéndose a los sujetos que vivimos en el mundo moderno desacralizado:

Es real todo lo que percibimos, sentimos y actuamos conscientemente durante la vigilia; lo demás son solo sueños, ideas o creencias. La sociedad tradicional en cambio, tiene una noción más amplia de lo real, que comprende tanto lo objetivo como lo imaginario. Digamos que las imágenes reveladas bajo los efectos del yajé conforman un imaginario que de ningún modo es algo distinto de lo real; más bien, es lo real ocurriendo bajo otras circunstancias en un tiempo y en un espacio propios. Es lo real trasladado a otra escena, imperceptible para quien no mantenga un adiestrado contacto con lo sagrado. 
    Ciertamente la realidad es la mejor hipótesis de nuestro acontecer mental cerebral. Es una hipótesis sobre los acontecimientos, escena e ideas y por tanto hay muchas hipótesis-realidades posibles y en ocasiones co-existentes y hasta contradictorias. Eso desde la perspectiva del yo del individuo singular. Sin embargo no olvidemos que hay otra forma de la realidad que es de orden social y se construye por consenso. Entonces conviene separar ambas lo que vivo, pienso y creo en la soledad y lo que vivo y comparto con otros.    
    Debo decir que de alguna forma no del todo explícita en el libro se expresa la idea de un dios, un dios laico que está y no está. Uno o unos dioses que no se manifiestan pero que el autor decide que aceptarlos, incorporarlos a su cosmogonía le hace entender algo que los ateos más rudos no entendemos. Algo que está más allá del lenguaje que es parte de lo indecible y de lo que por ende más vale callar (pp. 285-287). 

    Algo así como unos Dioses sin Dios, que nos habitan. 
    También escribe Glockner: 

Lo sagrado es un estado anímico que aparece cuando el hombre se sabe plenamente integrado a lo existente [...] Surge la experiencia religiosa, pero no motivada por el temor, sino por la conciencia de pertenecer al todo [...] Es un momento luminoso en que la materia, a través de la conciencia humana, se piensa a sí misma y en este sentido se produce un desvanecimiento de la individualidad y un poderoso sentimiento de pertenencia al todo.

    Por fortuna los lectores no salimos indemnes de la lectura, lo cual me complace enormemente. Finalmente leemos para comprender-contrastar-decirnos-desdecirnos-mi-
rarnos de reojo y finalmente salir marcados. Si un libro no deja huella, si después de leerlo no nos queda ninguna cicatriz, entonces ese libro no debió existir. No es el caso, estoy seguro que no habrá lectores que salgan indemnes de estas páginas y, no me cabe duda, este libro merece existir y lo celebro profundamente.



Enrique Soto
Instituto de Fisiología, BUAP
esoto24@gmail.com
 
 

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