Doña Paulina. El arte de la curación mazateca



Jesús M. González Mariscal
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Doña Paulina Encarnación Sosa Cortés, anciana y sabia mazateca, tuvo la generosidad de compartir con nosotros los aspectos más íntimos de su vida a lo largo de algo más de tres años, sus últimos años de vida.. Ella era nombrada en su comunidad como chjota chjine o chjon chjine, persona de conocimiento, mujer sabia, la que sabe. Es la categoría dentro de los diferentes especialistas de la medicina tradicional mazateca que está reservada para aquellos que trabajan con lo sagrado como vehículo de curación, empleando plantas u hongos con propiedades psicoactivas para dicho fin.

     Ellos llevan a cabo diferentes tipos de rituales y son consultados por la comunidad para atender una amplia diversidad de padecimientos que podríamos denominar, de forma general, como problemas existenciales: no solo refieren a dolencias del cuerpo, sino que también atañen al mundo afectivo, de la psique, del alma, pero asimismo de lo colectivo, a la esfera relacional del ámbito humano e incluso del no humano, del mundo anímico de la naturaleza, de los territorios del mundo-otro.

     La chjota chjine es la especialista del lenguaje que cura, de las palabras que son remedio. La parte crucial de la sabiduría de los sabios es el manejo del lenguaje para sanar a través de él (Munn, 1976). La relación con el lenguaje es la materia prima del arte de la curación mazateca.

     El acto de creación de lo que se dice en los ritos nocturnos está mediado por la inspiración embriagadora de las plantas y hongos sagrados. ¿Cómo nombrar lo inefable? ¿Cómo poner palabra a lo que no se puede decir? Ese es el arte de la sabia mazateca, develar la verdad que cura, narrar lo ocultado, mencionar aquello que no es aún vocablo, hacer nacer las palabras que alivian las enfermedades escondidas en la oscuridad del silencio. La sabia canta, reza, silba, baila, sacude, percute, zapatea, vibra y tintinea atravesando la noche. Ante su altar, ante la mesa de trabajo entregada por lo divino para el bien de su gente, de su comunidad y de la vida, despliega su arte sacro, entona sus plegarias y rogativas para que acontezca la curación.

     Para los mazatecos, “los que trabajan el monte, humildes, gente de costumbre” (López, 1944), las personas forman parte íntegra del universo, están vinculados y, por tanto, cumplen una función de reciprocidad con todo lo que les rodea para el mantenimiento del equilibrio en la vida. Cuando estas relaciones de correspondencia son transgredidas es cuando se presenta la enfermedad o malestar. Entonces, el sabio, el chjota chjine, técnico de lo sagrado, es el encargado de mediar entre el mundo sobrenatural y el de los seres humanos para saber dónde se ha quebrado este equilibrio y poder restaurarlo (Minero, 2012). A través del diálogo con lo sagrado, con Dios, los santos, los espíritus de la naturaleza y los ya fallecidos, el sabio negocia las posibles soluciones para el malestar que aqueja a su paciente.

     Además, la chjota chjine pide por la lluvia, las buenas cosechas, la prosperidad económica de su comunidad, el regreso de las almas perdidas, el buen tránsito de los que fallecieron. Su voz, su canto, se convierte en el vehículo para que la comunidad conozca el mensaje del mundo espiritual. Ella vela por el cuidado de este sagrado vínculo, de manera que el mundo de lo intangible siga actuando a su favor y el de su gente (González, 2017). No solo cura el cuerpo de las enfermedades físicas, emocionales y del alma, sino que cura a la sociedad, a su comunidad, mantiene la cohesión, la identidad y la práctica de las tradiciones por medio de sus ritos, ceremonias y la narración de su cosmovisión. Son una auténtica institución social y cultural en la región mazateca, desempeñando el papel de médico, sabio, sacerdote, místico, poeta y psicopompo, además de participar en los asuntos políticos. Son instruidos en la geografía mística a través de los procesos de iniciación para salvaguardar el equilibrio de la vida (Manrique, 2004).

     El chamanismo mazateco es una de las más ricas expresiones actuales de la medicina tradicional indígena mexicana. Además del aspecto curativo, incluye contenidos de tipo agrícola, social, político, económico, productivo y adivinatorio. El uso de los hongos y plantas sagradas es la característica que le confiere una gran complejidad: los estados no ordinarios de consciencia en los que se sumergen tanto el sabio como los enfermos o personas que consultan constituyen la fuente de conocimiento principal para encontrar la solución a los problemas, a la enfermedad, para la toma de decisiones y la propiciación del bienestar. Las “veladas” constituyen el espacio y tiempo donde se consumen los vehículos sagrados de forma ritual. Ha sobrevivido a los procesos de colonización y aculturación a lo largo de más de 500 años (Bueno, 2009), a todas las transformaciones sociales y procesos políticos, siendo un fiel reflejo del dinamismo de la cultura indígena mazateca y su capacidad de integración de lo nuevo, del diálogo entre tradición y modernidad. En las veladas se cura a los enfermos, se retiran los daños por brujería, se predice el futuro, se piden buenos augurios y desempeños de las actividades, se localizan los objetos perdidos o personas desaparecidas, se conoce quién o qué es lo que está haciendo daño al enfermo, se establece comunicación con las personas que están lejos o han muerto. Los hongos (Psilocybe sp.), la pastora (Salvia divinorum Epling & Játiva) y las semillas de la Virgen (Turbina corymbosa & Ipomea violácea) hablan, tienen la facultad de la palabra, de manera que comunican al sabio las causas de la enfermedad (Samorini, 2001) y qué remedio utilizar o qué acciones deben realizarse para restaurar el equilibrio afectado.

     El proceso de curación en la mayoría de las ocasiones supone una toma de consciencia del enfermo acerca de sus conflictos internos, del estado en el que se encuentran sus relaciones y de la situación vital en un sentido amplio, de manera que acontece una reorganización del orden interno, social y sagrado de la vida en el proceso de resolución de las problemáticas individuales (Flores, 2003). La enfermedad es parte de un entramado colectivo cargado simbólicamente de la realidad de la comunidad. Los espíritus protectores y malignos, la concepción del equilibrio y la salud, los daños, los dueños de la naturaleza... forman parte de un sistema coherente en el que se sostiene la concepción misma del universo. Hay enfermedades que son una especie de castigo que los espíritus mandan sobre los transgresores de las normas divinas. Hay otras que ocurren cuando lo que se transgrede es el orden social, cuando no se cumplen las responsabilidades con la comunidad, los acuerdos tomados entre los integrantes del grupo de referencia.

     Todo esto nos enseñó doña Paulina en su particular lenguaje de palabras de un parco castellano entrecortado, un mazateco inaccesible a nuestro entendimiento y una cálida convivencia que hablaba más que su lengua materna y orgánica. La sabia trabajaba con un amplio abanico de plantas para atender la diversidad de afecciones con las que llegaban a su casa los pacientes. Veintiocho de ellas fueron recogidas por los estudiantes de la Universidad de la Cañada que se dieron por tarea compilar un “Herbario Medicinal” de San Mateo Yoloxochitlán y fueron referidos con la anciana. “Lugar del Yoloxochitl”, el nombre náhuatl de la Talauma mexicana. “Flor de corazón”. Doña Paulina vivía en esta pequeña comunidad indígena enclavada en la Sierra Madre Oriental que atraviesa Oaxaca. Su nombre, encierra la historia de dos diferentes conquistas. La denominación española sobre la azteca. Quizás lo que está detrás de ambas aparece simbólicamente cada 21 de abril en la comunidad: la fiesta a la magnolia, el árbol Yoloxochitl. La comunidad se reúne en torno a él para tirarle sus cohetes, tocarle su música, rezarle, bañarlo con agua de cacao, dejarle su ofrenda, agradecer por el agua de manantial que nunca falta y celebrar la vida.

     Como la fiesta, como el árbol y sus flores, con pétalos en forma de corazón, como el manantial y la música, así doña Paulina y su sabiduría. La anciana, además, había sido partera y huesera. Narraba orgullosa cuando la habían invitado al hospital, en un desafío de validación de su saber médico, históricamente despreciado, y sacaba adelante a las pacientes con partos complicados ante el asombro de médicos y enfermeras. También limpiaba con huevo, copal y tabaco, leía la vela, leía el maíz, usaba el agua de cacao, el temazcal, el aguardiente, chupaba la enfermedad, realizaba el ritual de la siembra y cosecha de la milpa, de petición de lluvias, al árbol del Yoloxochitl y cuando tomaba el cargo de nuevo presidente municipal. Preparaba los envoltorios de huevos de guajolota, pluma de guacamaya, papel amate y semillas de cacao, para la protección de su casa cada año, o en casos de enfermedades graves, como intercambio y petición de mediación a las fuerzas de la naturaleza. Era el costo que había que pagar por los servicios de sus “abogados”, me explicaba uno de sus hijos. Pero si entre todos los ingenios que para el arte de la curación empleaba destacaba uno, este era el hongo. Los honguitos, las cositas, los niños santos, el santo remedio, la carne y la sangre de Cristo. Los diferentes tipos de hongos que crecen en la sierra mazateca y contienen psilocibina. Eran su medicina predilecta, el remedio distinguido de su arte y oficio. Usaba para los mismos fines la ska pastora o las semillas de la Virgen del Rosario. Incluso nos hablaba de otra planta a la que llamaba Mariposa, dado que las visiones que le generaban siempre estaban acompañadas de vuelos de mariposas. Ya anciana y limitada en sus movimientos, nunca pudimos salir al monte para su reconocimiento. Ninguno de sus hijos o nietos supo identificarla. Pero entre este parnaso de vegetales sacros, los honguitos eran sus aliados preferidos, sus maestros más dedicados, más elocuentes y generosos.

 

HABLA DOÑA PAULINA, CHJON CHJINE

 

Lo que voy a contar es sobre un hecho por el que pasé, pues casi muero. Les contaré que en un lugar se quedó mi alma atrapada. Yo fui personalmente por mi alma y en ese lugar me explicaron qué debía hacer con mi cuerpo, que usara huevos de guajolote, huevos de gallina, plumas de guacamaya, papel y plumas de más aves. Asimismo, fui por cacao y lo puse todo junto. Cuidé mucho mi cuerpo.

     Yo maté y le saqué el corazón a un guajolote. Lo dejé junto a los huevos para llevarlo al lugar donde me causó daño, donde yo me había espantado y de donde surgió mi enfermedad. Tuve que ir a dejarlo a ese lugar, me dijeron que estuviera tranquila y esperara mi alma porque ya me lo iban a regresar. “Te curarás de la parte que te enfermaste, de donde te hicieron daño, y sabrás dónde encerraron tu alma, ya sea una montaña, esquina, cañada o si en ese lugar hay agua. Pronto sabrás sobre el lugar que te causó daño, te hizo mal y te enfermó. Ve por tu alma, llévatelo”.

     De pronto, vi a muchos duendes con unos asombrosos sombreros, hablé con ellos, les pedí que fueran amables y me hicieran el favor de desenvolver mi alma de donde estaba.

     Les pregunte: “¿Por qué encerraron mi alma? ¿Por qué está ahí? ¿Qué hice?” Les hice la petición de llevarse mi enfermedad, que se fuera el mal aire que tengo cerca de mí, que desenvolvieran y soltaran mi alma. Les solicité: “les ruego que me ayuden y respetaré los cinco días en los que no voy a invitar a algún alimento a las personas que me visiten”

     Cuando se cumplen los cinco días de que envuelvo las semillas de cacao y los huevos ya puedo invitar algún alimento. Yo sé que se tiene que llevar este protocolo cuando hablo con las montañas, las curvas o esquinas, las cañadas, con montes blancos (volcanes), con montes malvados, con montañas rocosas, con los arroyos. Si es montaña, esquina o cañada, yo hablo con ellos y ellos me dicen qué hacer. Así fue como aprendí. Ellos me mostraron dónde estaba mi alma, en qué lugar estaba encerrada. Me indicaron que debía ayudar a las personas siempre de esta forma, pero ellos señalaron que primero tenían que curarme a mí de la enfermedad que padecía. “Para que tú puedas ayudar a muchas personas de la misma manera tendremos que curarte, pero tienes que pagar”.

     [...] He tenido muchos pacientes en mi vida como sanadora de almas. He ayudado a muchas personas. Por ejemplo, aquellos que llegan con problemas de desnutrición grave. También aquellos que se espantaron en algún lugar, a ellos se les puede notar porque se les hincha la cara. Eso sucede en la mayoría de las personas que me visitan y no hay distinción de edad, ni de sexo. Pueden ser niños, jóvenes, mujeres u hombres. El remedio para esta enfermedad es que utilizo hierbas y huevos de guajolote. [...]

     Tengo el conocimiento de dónde y a quién le pido que me ayude, a quién debo adorar y a quién le debo pagar: así sea el día, a las montañas, a las esquinas de las montañas o a las cañadas.

     [...] La manera en que hago los pagos es envolviendo en una hoja los huevos y las 100 semillas de cacao o la cantidad que me pidan, de igual forma les agrego las plumas de la guacamaya, los envuelvo en una hoja de papel y lo dejo todo junto en una esquina. Los huevos tienen que mirar en una dirección. Se le pide al lugar donde se están enterrando todas estas cosas que cure a la persona, si ya no quiere recibir alimento, tortilla o comida. Con el cacao, se le tiene que pedir al lugar que lo coma, que lo saboree, que se lleve su enfermedad, que se lleve todas las enfermedades que hay en el mundo, que desaparezcan, que se esfume y se convierte en algo bueno. Le rezo de la misma manera a nuestra señora Isabel, a nuestra señora Lucía, quienes están en la iglesia.

     [...] Les contaré sobre un paciente que es de un pueblo llamado Trinidad, que se encontraba lastimado su pie, lo tenía abierto.

     Estaba demasiado descuidado, porque las moscas andaban sobre él. Le pregunté: “¿Por qué estás así?” Él respondió que ya había ido al médico, que no podía curarse y que no sabía qué le había pasado. “Pues solo te diré que conozco el remedio. Me da mucha lástima tu situación, ¿quién puede soportar eso?, ya está avanzando hasta tu rodilla”. Él dijo: “¿Tú me podrás ayudar?, ¿me atenderás? Sé amable y sáname. No tengo idea de qué enfermedad me tocó, pues no he sanado con los médicos”. Le comenté que los médicos no podrían ayudarlo porque esta enfermedad posiblemente no la conocían. Entonces empecé el ritual correspondiente con los hongos. Asimismo, le tuve que ofrecer a ese paciente. Entonces pude ver donde fue el lugar donde se espantó, donde le hizo mal.

     Más tarde, tuve que llevar los huevos de guajolote para pagarle a ese lugar y le expresé las instrucciones que debía seguir. Primero, tenía que bañarlo con la sangre de la gallina. Le pedí que le molieran las trece semillas de cacao. “Te bañaremos con eso y verás que te curas”. Él señaló que no le habían hecho eso antes, que ya tenía años con esa enfermedad, que había estado sufriendo todo este tiempo. “No tienes por qué preocuparte, sanarás pronto”.

     Cuando estábamos en el ritual vi que su pierna estaba terrible. Me sorprendí cuando lo vi. Estaba lleno de moscas, se lo estaban comiendo, lleno de sangre su pie. Posteriormente de bañarlo, me agradeció: “Te agradezco. Que te bendiga Dios por ayudarme y quedarte conmigo en el ritual. Pude ver cómo está mi cuerpo lleno de moscas, los gusanos me estaban comiendo, también tenía hormigas. Además, tuve la dicha de ver que nuestro señor Jesucristo vino a limpiarme de todo eso. Sé que contigo sanaré”.

     Entonces, cuando escuché esas palabras tuve más fe. Mi paciente se curó, pudo caminar y se le quitó esa enfermedad. Lo que hice fue bañarlo con semillas de cacao y la sangre de la gallina y de guajolote. Le unté en todo el cuerpo, en la cabeza, y se sintió bien, mejoró.

     Las semillas de cacao son muy útiles para estos casos. Traté a muchos pacientes con los mismos síntomas, algunos de espantos. En verdad sané a muchas personas. Así fue que poco a poco me di el valor de seguir curando a más personas.

     Tuve mucha fe al tratarlos y cuidé mucho de mi cuerpo. Siempre enciendo velas, quemo inciensos y me hago limpias. Es necesario, porque vivo día a día. De esta manera agradezco a Dios: “Tú sanarás a estas personas porque yo solo soy una herramienta”.

     Apenas hubo un caso de una mujer, se volvió loca. Ella cortó una de las flores que eran para nuestra Virgen María, anduvo en muchos lugares, llevaba dentro de su bolsa un cuchillo. Esa mujer ya no sabía dónde estaba, ni lo que hacía. Sus familiares me la trajeron. Me pidieron el favor de ayudarla a que recuperara su memoria. “Ayúdanos. Mi hermana se ha vuelto loca. Ya no nos reconoce. Siempre anda con un cuchillo en su bolsillo. Estamos muy espantados porque podría apuñalarnos o lastimar a su hijo”.

     Les respondí: “¿Están seguros de que ella acepte visitarme?” “Claro que sí aceptará”. “Ustedes deben acompañarla y así podré ayudarla, si ella quiere”. Me sorprendí cuando me la trajeron de noche. Le pedí que se quedara quieta y tranquila, que yo sabía qué es lo que le iba a dar y hacer.

     “Primero te haré una limpia, te limpiaré de los malos aires y te tomarás el cacao que te preparé. En seguida de que todo el mal aire salga de ti y todo lo malo que tengas dentro de ti, te daré una semilla de cacao para que la mastiques. Esto te ayudará a alejar a aquella persona que te hizo mal”.

     La mujer me obedeció, se quedó tranquila. Al poco tiempo ella se veía mejor. Cuando estaba masticando la semilla de cacao, ella empezó a vomitar. “Saca todo lo que te estaba haciendo daño. Así podrás ver todo lo que sacaste. Te hará bien, mejorarás, se te quitará todo lo violento”. Se le quitó todo lo que le hacía daño.

     Acto continuo de devolver empecé el ritual con los hongos. La mujer volvió a su estado normal. Se recuperó. Volvió a su trabajo. Se casó. Sanó. Yo le ayudé a sanar. Todos sus familiares estaban felices en ese momento, pues se había resuelto ese problema.

     Otro de mis pacientes, que igualmente era mujer del municipio Santa María Magdalena Chilchotla, también tuvo el mismo problema de salud. Hice lo mismo. Empecé con una limpia. Igual, después fui a pagar con mi tributo. Envolví en una hoja los huevos. La limpié. Hablé con las montañas, las esquinas, el arroyo y las cañadas. Busqué dónde le hicieron daño o dónde se espantó su alma. Si fue en la montaña, la esquina, el arroyo o en una cañada.

     Yo hablo con el dueño de los cerros. Él habla un idioma diferente. Sé hablar su idioma porque él me enseñó su idioma. Su forma de expresar es diferente. Hay muchos y cada uno tiene una lengua diferente. Siempre les he pedido de esta manera: “Sé amable. Entrégame el alma de esta persona. Se la devolveré. Si no lo hace, el ángel de Dios te castigará. Hará desaparecer todo lo que estás usando de herramientas. Las enterrará. Pero si lo haces por tu voluntad serás bendecido”.

     Los dueños de la tierra, de las montañas, del agua (chikón nangui) traen unos sombreros grandes parecidos a los de los hombres de charros y son de diferente color de piel. Son negros, güeros, morenos. Algunos tienen ojos claros o totalmente blancos. Además, el color de sus cabellos es diferente. He hablado con ellos pues sé su lengua porque ellos me enseñaron.

     Aquí cerca, por el Puente de Fierro, hay uno. Tiene un idioma diferente y converso con él bien porque yo sé hablar ese idioma. Siempre que platico con él le digo: “¿Para qué quieren el alma? Haz el favor de regresármelo. Me lo tengo que llevar” Ellos siempre responden: “Págame. ¿Por qué te lo daría gratis?” “¿Cuánto dinero quieres?” “Quiero veinticinco semillas de cacao, un huevo de gallina, plumas de guacamaya y papel.

     “Cuando me pagues, puedes llevarte un poco del agua que hay aquí. Además, te tienes que llevar siete diferentes plantas. Con estas plantas debes rezar y hervirlas para bañar a tu paciente y quitarle toda la enfermedad que está padeciendo. Te daré el alma de esta persona. Llévatela. Yo no la necesito, no me servirá de algo. No es necesario que me amenaces con un ángel”.

     Le vuelvo a repetir: “Si no lo haces, el ángel de Dios te castigará. Hará desaparecer todo lo que estás usando. Tus herramientas las enterrará. Pero si lo haces por tu voluntad, serás bendecido y no te pasará nada”.

     “Llévatela, llévatela, llévatela, llévatela. Espera hasta los diez días que vienen para ver la recuperación completa de tu paciente”. Y sí, se ve la recuperación del paciente al pasar los diez días. Ya a los once, doce y trece días, el paciente está recuperado totalmente y realmente me siento con una gran felicidad al ver estos resultados.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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López E (1944). Pueblos indígenas de México: Mazatecos. México: INI, Secretaría de Desarrollo Social.

Manrique L (2004). Rituales de pasaje en tres comunidades mazatecas. México: ENAH.

Minero F (2012) Las mujeres sabias y las veladas con los “hongos sagrados”: el chamanismo mazateco. Tesis para optar a la Licenciatura en Etnología. ENAH. Munn H (1976). Los hongos del lenguaje. En M. Harner, Alucinógenos y chamanismo. Madrid: Guadarrama.

Samorini G (2001). Los alucinógenos en el mito. Barcelona: La Liebre de Marzo.

 

Jesús M. González Mariscal
BUAP, CONAHCYT
Instituto de Medicina Intercultural, Nierika, A. C.
 
Paulina E. Sosa Cortés †
Sabia mazateca
San Mateo Yoloxochitlán

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