La mesa, el libro y el guajolote: elementos simbólicos en el proceso de iniciación de los chjota chjine
Antonella Fagetti, Mario Alonso Martínez, Elizabeth Mateos Segovia
Ver en el PDF
El tema del don es central para la comprensión del papel que desempeñan los especialistas rituales de las etnias que pueblan el territorio mexicano. El don se presenta como un regalo divino que las potencias sagradas otorgan a unos cuantos elegidos, mujeres y hombres que en su praxis cotidiana como adivinos, sanadores y guías espirituales toman a su cargo la salud y el bienestar tanto de individuos como de colectividades.
El otorgamiento del don por las divinidades y el ejercicio de su labor están signados a menudo por un periodo de enseñanza-aprendizaje que ocurre a través de estados no ordinarios de conciencia, los sueños y el trance, momentos privilegiados de comunicación e interacción con sus mentores. Este periodo se distingue como un proceso, el proceso de iniciación –según ha sido documentado por Mircea Eliade (1980: 23-25)– común entre muchos pueblos del mundo.
Para estos elegidos el autor propuso el nombre shaman, término que tomó de la lengua tungús, poniendo énfasis en su capacidad de emprender el “viaje mágico” y transitar entre los diferentes niveles cósmicos: ascender al cielo y descender a los infiernos como “especialista del alma humana”, gracias al dominio de las “técnicas arcaicas del éxtasis”.
En México, la iniciación entre los especialistas rituales indígenas se manifiesta como la culminación de varios acontecimientos: sueños reiterativos en que alguna divinidad les anuncia que su misión es ayudar a la gente, o la muerte iniciática, un estado cataléptico que puede durar varias horas, durante el cual el elegido sube al cielo, se presenta ante Dios o la Virgen María. Una tercera vía consiste en el envío de una enfermedad al elegido para doblegar su voluntad e inducirlo a que acepte el don (Fagetti, 2015).
El proceso de iniciación de las “personas sabias” mazatecas, nombradas chjota chjine, muestra sus propias especificidades. En las conversaciones con hombres y mujeres1 que atienden a quienes padecen una enfermedad o se sienten agobiados por algún problema, sobresalen algunos elementos reiterativos en cuanto a sus experiencias, que nos permiten distinguir entre aquellos que recibieron la “invitación” a convertirse en especialistas de la adivinación y la curación, de aquellos que buscaron por iniciativa propia el mismo camino.
Es importante evidenciar que el “devenir del chamán” (Fagetti, 2015), a diferencia de otros casos que se han estudiado y que provienen de otros pueblos indígenas, está marcado por el uso ritual de un enteógeno: el hongo psilocibe, que por su papel como inductor del trance y de estados no ordinarios de conciencia que propician la comunicación con las divinidades, se ha reconocido como “el hongo sagrado”. De hecho, podemos afirmar que el Honguito –tal como se refiere a él la gente– es concebido como una entidad sagrada, es Dios, al ser constituido por la carne y la sangre que Cristo vertió por su paso en la tierra, perseguido por los judíos.
Quienes aceptan el ofrecimiento por parte del Honguito de aprender el oficio y convertirse en sabio o sabia, por lo general están experimentando un proceso de sanación de una enfermedad que a menudo es producto de un maleficio. Consumen “los que brotan de la tierra” (xi tjoo nangi) durante el ritual nocturno, la “velada” (nga binachoan), ya sea solos o acompañados por un chjota chjine, para saber por qué están enfermos y someterse a un proceso de sanación que el mismo Honguito conduce. La pregunta explícita que el Hongo le dirige a quien elige como discípulo es: “¿quieres aprender?”.
Quienes recurren a los hongos sagrados buscando el conocimiento por un interés genuino de aprender, comienzan a tomar los hongos, pero no siempre el Honguito responde a su petición. Tampoco ofrece a todos su enseñanza, sino a unos cuantos elegidos: ¡la “sabiduría del Hongo” no es para todos! Muchos de aquellos que son interpelados de manera directa pertenecen a un linaje de chjota chjine, es decir, son hijos o nietos de sabios; en este caso, se habla también de que han heredado la “sangre” de sus padres y abuelos por vía materna o paterna.
Para elegidos y solicitantes, la iniciación conlleva un proceso de aprendizaje que dilata varios años, presidido por un Maestro, que es el propio Honguito. Implica la transmisión tanto de un conocimiento sobre el mundo y las reglas que lo rigen, como la enseñanza explícita de métodos y técnicas de adivinación y curación. En las experiencias inducidas por el trance enteogénico, mediante la ingesta de los hongos sagrados, y narradas por los propios especialistas rituales, interviene un conjunto de símbolos: la mesa, el libro y el guajolote son algunos de ellos.
Desde un inicio, al neófito se le presenta una disyuntiva: la elección del camino del bien o el camino del mal, que no son necesariamente incompatibles, porque un sabio puede también ser brujo, aunque se dice que esta doble faceta le resta eficacia para atender a sus enfermos.
A través de los testimonios recopilados, presentamos el “devenir del chamán”, la trayectoria que sabios y sabias describieron y analizaron con nosotros con la intención de profundizar en un tema poco estudiado y dar cuenta de que en el proceso de iniciación de los chjota chjine encontramos símbolos inmanentes, indicios de la permanencia de una visión del mundo vinculada a la que Alfredo López Austin denominó “tradición religiosa mesoamericana”.
KJOTÁYASON: “ANALIZAR Y ESTUDIAR A FONDO”
Como decíamos anteriormente, los sabios –tanto aquellos a quienes el Honguito les propuso aprender el oficio, como los que emprendieron el camino por deliberación propia– adquirieron un compromiso que presupone –como nos explicó don Pablo– soportar sacrificios y privaciones y, para todos, ser chjota chjine,
[...] más que una meta a alcanzar, representa un modo de existencia que implica una incorporación constante de información y conocimiento que se hace a lo largo de la vida y en el que los hongos tienen un papel fundamental. (Rodríguez, 2017: 61)
Comulgar con el Hongo-Dios obliga al neófito a mantener el cuerpo limpio y puro mediante la observancia de una “dieta” (nixin tjinlee) que consiste en la abstinencia sexual, la cual involucra también a quienes comparten el hogar e impide aceptar alimentos y bebidas de quienes no pertenecen al círculo familiar.
Don Pablo enfermó a los 16 años. Como suele ocurrir, las enfermedades graves son a menudo consecuencia de un acto de brujería perpetrado por un “envidioso”. Fue lo que pudo “ver” en la oscuridad de la velada: un chjota chjine le había puesto pedazos de vidrio en el estómago. No le parecía que Pablo, siendo tan joven, ya contara con una “tiendita” donde vendía café, que también llevaba a otros lugares de la sierra con su mula. Gastó dinero con los médicos, pero fue el Honguito el que le “sacó los vidrios”. Vivió en carne propia la experiencia de estar enfermo, al borde de la muerte, y encontrar alivio por medio de los hongos; por ello afirma: “Puedo curar a otros porque yo mismo me curé”. El aprendizaje se prolongó durante 17 años y cuando tenía 35 comenzó a trabajar, una vez que todos sus “contras” habían muerto. Pablo aclara que la instrucción por parte de los “Santitos” no llega de inmediato. “La primera vez, el Hongo no te ilumina (bakjonaa), solo te emborracha, pero al otro día te va a enseñar cosas”. La persona que quiere realmente prepararse debe demostrar perseverancia e interés. Kjotáyason, “analizar y estudiar a fondo”, es así como describe su aprendizaje. Cada día, el Hongo le enseñaba nuevas cosas, las oraciones y las alabanzas, y cada día “iba más lejos”.
El Hongo te dice muchas cosas, te lleva donde sea, hasta donde termina el mundo, en el mar; te enseña todos los árboles del mundo.
Con él, el neófito emprende un viaje y es llevado a conocer todos los lugares del universo. Se trata de un método de enseñanza basado en la práctica, donde el Maestro muestra todo lo que su discípulo debe conocer y todo lo que debe hacer: las técnicas de curación y adivinación. Se “estudia” cómo consultar el maíz, observar el copal o la flama de las velas; cómo rezar y cómo limpiar a un enfermo, pero también cómo “bendecir la milpa” (nichinkjotain je tjen) y pedir una abundante cosecha. En su recorrido guiado por el Hongo, el aprendiz llega ante Dios, N’ainá, “Nuestro Padre y Madre”, quien le pregunta: “Ndi xoo, ¿tú qué quieres?”. Y como explica Pablo, la palabra ndi xoo indica que “somos niños para Dios, todos somos sus hijos”.
La primera velada de don Mario fue cuando tenía solo 12 años. Su madre le dijo: “hay que probarlos” y tomaron juntos los hongos. Ella lo acompañó en su aprendizaje, porque solía “velar”, mientras que su padre, que era sabio, le enseñó a limpiar a los enfermos del mal aire y a “quemar velas”. “Cada ocho días” comía 40 pares de pajaritos (tjainle nisé), los que nacen en los troncos de los árboles podridos. Al principio, no le “enseñaban”, pero poco a poco aprendió a hablar y cantar, y conoció las oraciones para los enfermos. Haber consumido los hongos sagrados para liberarse de un maleficio significó, para doña Josefina, la posibilidad de aprender, mediante una suerte de fagocitación de la sabiduría que el Hongo, como entidad sagrada, encierra: “fue cuando empecé a encontrar el conocimiento (kjoa chjine)”, dice. Gracias a los Santos, que la liberaron de un maleficio, “le enseñaron a trabajar con huevos y a resolver problemas”; a curar con el agua y el San Pedro (nánjo benje), el tabaco molido con cal y ajo; además, Dios le dio cuatro jaulas de pájaros que contenían sendos bebés, como señal de la entrega del don.
Don Lázaro empezó a “estudiar” cuando todavía era un niño, porque se quedaba en las veladas con su padre, que era chjota chjine. A los 25 años ya hacía limpias. En una ocasión en que “se desveló” vio a un niño “limpio y blanco”, como un Niño Dios. El Hongo lo puso a prueba:
Ayúdalo a recuperarse, quiero ver cómo lo curas, es lo que me dijo Dios. Si lo curas, ya puedes trabajar de eso, pero tienes que hacerlo por pasos, y ese bebé se movió, y se levantó [se curó]. Eso tuve que hacer para obtener este trabajo, si ese niñito no se hubiera levantado y hubiera muerto, no tendría esta bendición.
La recuperación del pequeño fue la señal de que don Lázaro ya estaba preparado para atender a los enfermos. El Hongo también le advirtió que no estuviera jugando, que debía tomar en serio su trabajo, de otro modo sus pacientes no se recuperarían y él podría morir. Esta recomendación la escuchó también don Álvaro, antes de que la Virgen María le mostrara las plantas medicinales con las cuales podía curar a las personas.
Según don Pedro, uno –como aprendiz– va “subiendo de nivel”, como en la escuela; se empieza en preescolar hasta “encontrar el conocimiento que quieras”. Tenía un sueño recurrente: un “espíritu” hablaba con él y le decía que tendría dos trabajos: como maestro y como curandero, que la señal de su don estaba en sus manos. Su abuela interpretó el sueño de este modo:
Lo que te quiso decir nuestro Padre sobre tus manos es que tienen diferentes letras. Él te ha dado este trabajo porque tu abuelo sabía limpiar las personas, y sobre el otro de ser maestro va a ser un poco complicado, porque nosotros no tenemos los recursos para que tú estudies. Pero no te preocupes, porque tu otro trabajo es el de curandero. Y fue así como empecé a estudiar sobre ser curandero.
Era de esperarse que siguiera los pasos del abuelo, quien lo crio con su abuela cuando su madre murió de parto. Tenía apenas cuatro o cinco años cuando lo observaba mientras atendía a los enfermos. Cuando él hubo fallecido, su abuela fue quien lo acompañó en sus “lecciones” con los Santos, que comenzaron cuando él tenía 15 años. Cada dos meses “agarraba” los hongos, pero al morir su abuela, Pedro, de 17 años, pensó que era necesario contar con un “padrino” que lo instruyera en el oficio, pero sobre todo que lo auxiliara en caso de que se enfermara, o protegiera si tuviera algún problema con un contrincante, porque puede ocurrir que algún brujo le “cierre el camino” al aprendiz para evitar que este le haga competencia. En la velada supo exactamente a quién dirigirse y dónde:
Nuestro Padre me dijo a quién buscar; él me dijo que fuera al lugar que me estaba enseñando, que no debía preguntar, que tenía que ir directamente.
Conocer las nociones elementales de la cultura mazateca fue la finalidad que movió a don Carlos, a los 18 años, a compartir las veladas con otros catequistas. Los sacerdotes de la iglesia les habían solicitado que investigaran el tema con los ancianos, pero él, al ver que cada uno ofrecía respuestas diferentes, prefirió conocer su cultura por sí mismo.
LA MESA, EL LIBRO Y EL GUAJOLOTE
En algún momento del proceso de iniciación, el neófito, durante una de tantas “mixa”, término que alude a la misa católica y con el que se nombra la velada, recibe la mesa, símbolo sagrado del poder que Dios le confiere a su representante. El etnólogo Carlos Incháustegui (1994), quien dedicó muchos años al estudio de la cultura mazateca, registró la “mesa de plata” como una de las figuras más importantes de la mitología mazateca, pues allí está sentado el Padre Eterno. Arriba de la mesa están un guajolote y un gallo también de plata, y todos los animales que se encuentran en el mundo.
La mesa plasma la concepción del cosmos del pueblo mazateco (Manrique, 2013), con las cuatro esquinas que representan los puntos cardinales. Algunos chjota chjine adornan su mesa con un arco, que reproduce el recorrido del Sol desde el amanecer hasta el ocaso. De hecho, el altar se ubica siempre hacia el oriente, pues simbólicamente se asocia este punto con el inicio de la vida, y el lugar de donde provienen todas las cosas buenas, mientras que el poniente, donde se pone el Sol, es la residencia del Maligno (naai), también conocido como el Chato en Huautla de Jiménez. En su recorrido, el Sol asciende siete niveles hacia el cielo, al igual que desciende otros siete hacia el inframundo.2 Doña Florencia explica que a cada nivel corresponde una iglesia, y la última es la “Casa de Dios”, a veces descrita como una choza de color blanco, a la que hay que llegar durante las veladas: “en la séptima nos lleva hasta el templo grande donde nos dan la ropa blanca, como [en] el bautizo”. Es interesante la coincidencia de las palabras de la chjoon chjine (“mujer sabia”) con la descripción recabada por el P. José Luis Sánchez García (s/f, p. 11), quien realizó una investigación por encargo de la Prelatura de Huautla desde 1991 hasta 1998; escribe acerca del arco:
Es signo de la vida y de la muerte, es el camino de Sol que circula sobre 13 cielos, seis cielos sube, en el séptimo está Dios Padre y Madre y seis cielos descienden hasta sepultarse.
La mesa que está en el cielo, donde vive Dios, tiene un doble: aquella que el iniciado coloca en su casa. Carlos, después de recibir el conocimiento de forma paulatina, durante una velada caminó sobre el agua y llegó en medio del océano (nda chikon) donde se encontraba aquella mesa que Dios había reservado para él. La mesa representa la fuerza y el conocimiento que el sabio ha adquirido del Hongo, al que define como “el Espíritu de Dios”.
La mesa es sagrada y no debe “mancharse” con actos que son reprobados por Dios, como aquellos que cometen los brujos contra sus enemigos. En la mesa se condensa el poder del sabio como sitio de confluencia de las fuerzas del universo, de las cuatro equinas de sondé, el mundo. La “mesa del Cordero” es la que vio Francisco:
Donde están todos los profetas, los ancianos; donde están convidados todos los que llegan a hacer el bien; donde está la mesa tendida de todo tipo de comida, sabrosa y suculenta.
Esta imagen de la mesa proviene y es acorde a la preparación que Carlos recibió –como catequista– de un sacerdote. Él, en ese entonces, era muy joven y se había acercado a la iglesia aconsejado por su mamá, quien consideraba que estaba “descarriado”. Fue cuando se enfermó y al no encontrar alivio con los médicos tomó los hongos con su madre. En la primera velada “vio su misión” y vivió la experiencia que dio un vuelco a su vida:
Es que tú tienes el don de curar, ¿lo aceptas? Y ya le dije a mi mamá: me está diciendo aquí si acepto la mesa, el Señor me está hablando. Ni modo, acéptalo, me dice mi mamá, y ya, lo acepté.
También le advirtieron que no podía “tener familia”; de hecho, al recibir la mesa había sido “consagrado” al celibato como si fuera un sacerdote. Ahora que tiene 32 años no excluye que un día encuentre a una mujer que “respete” su trabajo; es decir, dispuesta a guardar con él la “dieta”, porque conservar el cuerpo limpio es un compromiso que garantiza la efectividad del trabajo realizado.
Fue el “padrino” quien acompañó a Pedro a recibir la “mesa espiritual”. Para él fue un “abogado” que le explicó que siempre debía “trabajar limpio y con Dios” y lo ayudó a acomodar en su casa una mesa de madera como corresponde, orientada hacia el este. La adornó con un arco de flores blancas, como si se tratara de un casamiento.
Doña Irene escuchó el consejo de dos tíos chjo-ta chjine, quienes la alentaron a seguir el camino que ellos habían emprendido tiempo atrás: “¿A quién le vamos a dejar el conocimiento?, ¿de qué vas a vivir?”.
Había procreado a una hija con un hombre que la había abandonado cuando se presentó un conflicto entre el presidente municipal de Tenango y sus opositores, en 1956. Así que asumió esa responsabilidad a los 20 años; ahora tiene 90 y 50 años de practicar el conocimiento de los sabios mazatecos.
“Estudié ocho años con las cositas (ndi xi tjoo)”, recuerda, y lo hizo sola, aunque ella convivió con sus tíos y veía cómo trabajaban. Pero en cuanto comenzó su formación como sabia, un hombre malo, un tje’e, por medio de la brujería, mató a sus padres y a sus hermanos, en total fueron siete personas las que pagaron con su vida el atrevimiento de Irene de querer aprender, pero ella no desistió.
En una velada, el Santo la llevó a la cima del peñón más alto y el más importante de la región de Tenango: “Cuando te meten en la mixa, no sabes qué bonitas son las montañas. Estás hablando con la montaña”. Se encontraba en el Cerro Caballero (Naxi Nganai) y un “león” la increpó: “¿No vas a hacerle daño a nadie? ¿no vas a matar a personas? ¿sabes lo que vas a hacer?”. Fue este felino, al que comúnmente se le llama “león” en español, que podría ser un tigrillo o un jaguar, el que le entregó a Irene el “conocimiento”.
Fue una suerte de prueba la que tuvo que pasar en ese lugar:
Cuando consumes el Santo, ves un león grande, con manchas (xá yaí) o rayado (xá indo). Te dicen que lo saltes cuando entras en la mixa: Salta el léon que está recostado. El que te está enseñando, lo haces cuando quieres el conocimiento.
Se trataba de una prueba que debía superar: “Si lo brincas te van a dar el lápiz. Brincas siete veces porque te están dando siete papeles”. El vocablo español “lápiz” alude al kjoachjine, de hecho, el lápiz simboliza el “conocimiento” que el aprendiz recibe con el libro: “En el cielo te dan el libro. Si saltas ese león que está en el cerro, lo vas a obtener”.
En algún momento de su aprendizaje, como sucedió con otros novicios, doña Irene escuchó las consabidas preguntas: “¿Hacia dónde quieres ir? ¿Quieres hacer maldades?”, a las cuales contestó que no quería el camino que eligen los brujos (ndia kjoataon): “Quiero el camino de Dios (ndia Niná), quiero trabajar en los días buenos (nixin nda)”.
A quien transita la senda de la iniciación, el Hongo le muestra dos caminos: el “camino de Dios”, el camino “limpio”, que don Pablo llama “el camino del Sol”; es el que eligen quienes quieren hacer el bien; en cambio, el “negro” es para los que hacen maldades. Significa que el “conocimiento” tiene dos facetas, aparentemente irreconciliables: lo blanco y lo negro, aunque es sabido que un chjota chjine puede ser también tje’e, aquel que “se come a las personas”.
En lugar de dos caminos, a don Carlos le presentaron dos “mesas sagradas”. La primera estaba repleta de oro, mientras que en la segunda había siete mazorcas, un libro grande y un bastón. Escuchó la voz del Hongo que le dijo: “Tú eliges cuál”, y vio cómo él estiró la mano para alcanzar el libro. Las mazorcas simbolizan la vida; el libro es la sabiduría, lo que el Hongo va a enseñar, y el bastón, yá nise (bastón de mando), representa la autoridad del chjota chjine y es el que lo protege, como la cruz.
La entrega de la mesa indica la culminación del proceso de aprendizaje, que también es marcado por la recepción del “libro espiritual”, símbolo del conocimiento y que contiene todo tipo de enseñanzas: cómo leer el maíz y el copal, así como las alabanzas y las plegarias: “cuando termines de estudiarlo es tuyo”, dice don Pablo. Es el mismo “libro de la sabiduría” que María Sabina recibió de los Seres Principales (Estrada, 1986: 56).
“Cuando el curandero recibe el trabajo”, el acto que sella su alianza con el dador del conocimiento es la entrega del “pago” (beechjía). La mesa se debe agradecer mediante una ofrenda: huevos de totola y un guajolote de buen tamaño, que se sacrifica en agradecimiento a la Madre Tierra. También se retribuye el regalo con varios cientos de granos de cacao, aguardiente, copal, velas y flores. Doña Irene estuvo cuatro días resguardada en su casa y solo comía tortillas tostadas.
Don Pablo, en su recorrido por los lugares sagrados del cosmos mazateco, llegó a un lugar hermoso lleno de flores, que llama sondé naxo, “mundo florido”. Allí, en el oriente, donde está la “puerta del Sol” (xotjoále St’úí), vio el guajolote sagrado (kólóo), que baila sobre la “mesa de plata” de N’ainá, Nuestro Padre y Madre, tal como lo describió Incháustegui (1994:109): “contoneándose con las plumas erizadas a la manera propia de este animal”. Según el autor, el guajolote es el mismo Sol; por eso los antepasados dirigían sus plegarias hacia el este, porque este animal sagrado es el que dispensa a toda la humanidad salud y bienestar. La ofrenda es para él; la sangre del animal es su alimento y, a la vez, la fuerza (ng’anío) que va a sostener al nuevo chjota chjine.
A manera de conclusión, es importante mencionar que a lo largo del proceso iniciático de los chjota chjine se desvela un conjunto de imágenes que evocan una dimensión oculta del cosmos mazateco, que solo se puede conocer a través de sueños y visiones inducidas por la ingesta de los “niños que brotan”. En las experiencias de los chjota chjine destacan los símbolos que llenan de contenido sondé naxo, el “mundo florido”: la mesa sagrada, el guajolote y el libro. El Guajolote/Sol (Kólóo/St’úí) y N’ainá, conviven y comparten el espacio sagrado de la mesa, que tiene su doble en cada uno de los altares donde trabaja el especialista ritual, colocada hacia el oriente para recibir la energía divina: “es el lugar del encuentro con Dios” (Sánchez, 1998: 12) y un medio de comunicación entre Dios y el chjota chjine. Allá arriba, en la mesa que está en el cielo, es Dios quien gobierna, y en la Tierra está su emisario, el sabio: él es quien resuelve las enfermedades y los problemas de la gente. Concebida como microcosmos asentado en el centro del cosmos, la mesa se distingue como un cuadrilátero sostenido por cuatro patas como la Tierra, rodeada por el agua del mar; sobre ella se eleva el arco que emula el recorrido del Sol, del amanecer al ocaso, el ciclo perenne de la vida y la muerte.
Ahí, en la mesa, se concentra la fuerza del especialista ritual que ha adquirido gracias al primer sacrificio realizado, con la entrega del guajolote y la ofrenda de huevos, tabaco y cacao; una alianza que será periódicamente refrendada. Los aliados y protectores están en el altar: la Virgen de Juquila y de
Guadalupe, el Sagrado Corazón de Jesús, San Miguel Arcángel, San Judas Tadeo y San Martín Caballero; algunos de ellos comparten cierta identidad y afinidad con otros seres no humanos que también se invocan en las plegarias: los Chikon, dueños de todo lo que existe sobre la tierra, como Chikon Nindo, Dueño del Cerro, Nále Nandá, Madre del Agua, y Nále Nangi, Madre Tierra. En las mesas de los sabios se funden, en un crisol de símbolos, reminiscencias de la antigua cosmovisión mesoamericana reinterpretada en función de la enseñanza de la doctrina católica. En su composición se proyecta una diversidad de pensamientos y conocimientos de los chjota chjine, con la presencia de imágenes católicas y las fuerzas no visibles de la naturaleza.
El “libro de la sabiduría” es el que estudia el aprendiz bajo la guía del Maestro, el Hongo, Él es quien lo instruye sobre cómo “leer” el maíz, la llama de las velas o el copal; sobre las enfermedades que afectan la salud de la gente y cómo curarlas, o sobre cómo extraer del cuerpo un objeto introducido por un brujo mediante la técnica de la succión. Un amplio acervo de saberes y prácticas indispensables para el ejercicio de sus funciones como adivino y sanador. La mesa, el guajolote y el libro, elementos emblemáticos de la visión del mundo mazateca, condensan la fuerza y el poder divinos, así como la sabiduría que los sabios encarnan.
NOTAS
1 Los datos etnográficos se recopilaron entre diciembre de 2020 y julio de 2021 en los municipios de Santa María Chilchotla, San José Tenango y Huautla de Jiménez, Oaxaca. Agradecemos a la estudiante Natalia de Jesús Juárez García la traducción de las palabras en mazateco.
2 Brissac (2008: 131) menciona 13 mesas: siete de subida, al oriente, y 6 de bajada, al poniente.
REFERENCIAS
Brissac SG (2008). Mesa de flores, missa de flores. Os mazatecos e o catolicismo no México contemporâneo. Tesis de Doctorado en Antropología, Universidade Federal do Rio de Janeiro.
Estrada A (1986). Vida de María Sabina. La sabia de los hongos. México: Siglo XXI.
Fagetti A (2015). Iniciaciones chamánicas. El trance y los sueños en el devenir del chamán. México: Siglo XXI e ICSYH-BUAP.
Incháustegui C (1994). La mesa de plata. Cosmogonía y curanderismo entre los mazatecos de Oaxaca. Oaxaca: Instituto Oaxaqueño de las Culturas.
Manrique Rosado L (2013). Viajando por los caminos del chamanismo mazateco: el chjota chjine y el tje’e. En Bartolomé MB y Barabas AM (coord.), Los sueños y los días. Chamanismo y Nahualismo en el México actual. Etnografía de los Pueblos Indígenas de México. Vol. III, (pp. 123-164). México: INAH.
Rodríguez Venegas C (2017). Mazatecos, niños santos y güeros en Huautla de Jiménez, Oaxaca. México: UNAM (Colección Posgrado).