Custodios del mar y del viento. Un análisis del movimiento socioambiental del pueblo mero ikoot
Rafael Castañeda Olvera
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En un contexto neocolonial, el análisis de los conflictos socioambientales forma parte del estudio sobre la continuidad del patrón de explotación primario exportador al que ha sido sometida la región latinoamericana desde el periodo de colonización, lo que ha generado un modelo de despojo sistemático en sus territorios por parte del capital (Quijano, 2014), así como de su patrimonio biocultural (Toledo, 2013).
En este sentido, seguimos el planteamiento de Delgado (2014), quien asevera que este modelo extractivo se utiliza como un mecanismo de despojo de paquetes activos naturales, o de despojo por acumulación (Harvey, 2015), imponiéndoles un modelo donde se reduce su apuesta a un posible desarrollo de una sola ruta: la sobreexplotación intensiva de sus recursos naturales, lo que ha facilitado la puesta en marcha de múltiples proyectos en sectores específicos, sobre todo el minero, el agroindustrial basado en técnicas de monocultivo, la explotación de recursos pesqueros y forestales, fracking, entre otros (Carreño y cols., 2017).
Como respuesta a este modelo, han surgido de manera constante movimientos sociales reivindicatorios encabezados por indígenas y campesinos, por defensores de la tierra, que se organizan en función de la defensa de sus territorios. Son, en ese sentido, movimientos de reivindicación territorial (Sámano, 2017) que luchan por la preservación de su patrimonio biocultural (Boege, 2008; Toledo, 2013).
El caso que ocupa este estudio se encuentra precisamente en este escenario. Lo presentado aquí es el resultado de una investigación etnográfica en las localidades de San Dionisio y San Mateo del Mar, en el Istmo de Tehuantepec, comunidades habitadas por los mero ikoots, haciendo uso de estrategias metodológicas como la observación participante, la conformación de grupos focales y con entrevistas a actores clave; este trabajo etnográfico se acompaña de una investigación teórico documental que, desde la Ecología Política, busca analizar en este conflicto las nociones de despojo territorial y la defensa del patrimonio biocultural.
CUSTODIOS DEL MAR Y DEL VIENTO: LA COMUNIDAD MERO IKOOT
Los ikoots, o mero ikoots, conocidos también como mareños o huaves (exónimo impuesto despectivamente por los zapotecos de la región), ocupan un territorio que se extiende por la costa meridional del estado de Oaxaca, en la región conocida como el Istmo de Tehuantepec. La traducción al castellano de ikoot en Ombeayiiüts, su lengua, sería “nosotros” (Zárate, 2010).
La etnia, de aproximadamente 27,000 indígenas (INEGI, 2015), habita esta región entre el Mar Tileme o la Laguna Superior y el Océano Pacífico, en los municipios de San Francisco, San Dionisio y San Mateo del Mar; la agencia municipal de Santa María del Mar ocupa una extensión de más de 100,000 hectáreas situadas en un barra peninsular que se nutre de la afluencia de dos ríos: Los Perros y Chicapa.
Los ikoots son, desde diversos ángulos, una etnia poco común, cuyo origen no ha podido determinarse aún con claridad; el grupo mismo se autoadscribe un origen foráneo, que los hace proceder de Nicaragua, según los mismos pobladores, e incluso de Perú; algunos especialistas han buscado encontrar rastros de sus orígenes a través de registros lingüísticos, con poco éxito (Signorirni, 1979); lo cierto es que son representantes de una original “cultura lagunar”, cuya economía depende casi por completo de la pesca (en especial, la pesca camaronera). Esta característica la hace peculiar entre las culturas mesoamericanas, ya que casi todas, con algunas excepciones como el caso de los seris de Sonora (Acosta, 2002), no poseen esta especialización en la actividad pesquera, por lo que podemos aseverar que es una situación insólita para las etnias originarias que habitan México, cuya ocupación principal es generalmente la agricultura, centrada sobre todo en el cultivo del maíz, hecho que les identifica y arraiga a territorios tierra adentro y específicamente al sistema agroproductivo milpa (Giraldo, 2018).
Los ikoots, por su parte, dependen de los recursos que provienen del mar y, en ese sentido, su patrimonio biocultural se ancla precisamente a los ecosistemas acuáticos. No obstante, al igual que los pueblos que se dedican a la agricultura, los mareños dependen de las lluvias, puesto que estas resultan un elemento clave para los ciclos reproductivos de las especies, incluido el camarón. No es de extrañar, entonces, que los ikoots encuentren en el agua, en el mar, la raíz de su reflexión en torno al cual gira tanto su economía como gran parte de su cosmovisión (Millán, 2003).
Su mitología, por ello, se encuentra fuertemente arraigada a la variabilidad que estos ecosistemas poseen, expresada en metáforas de abundancia y escasez, metáforas que fotografían el ritmo tanto de las actividades productivas como de las ceremoniales. Hay también una explicación de orden geográfica: debido a alteraciones importantes en los terrenos de la región y a su peculiaridad geofísica, los territorios donde habitan los ikoots suelen ser áridos, salobres y son constantemente inundados debido a los climas extremos que caracterizan la región, hecho que impide casi por completo la actividad agrícola regular (García y Alonso, 2016), aunque esta sí suele llevarse a cabo en algunos poblados.
Por eso, en el pensamiento ikoot el agua tiene el mismo valor que el maíz en tanto patrimonio biocultural; el agua es el punto de articulación que conecta a sus deidades y a los vientos, es el hilo conductor que permite comprender cómo cualquier alteración en los niveles freáticos del sistema lagunario impacta de manera negativa tanto en sus condiciones materiales de vida (la pesca), como en sus condiciones simbólicas (en los saberes locales que persisten en el grupo).
Por tanto, esta articulación permite comprender el patrimonio biocultural de los ikoots; para los fines de este trabajo, comprendemos que el patrimonio biocultural se encuentra representado por la riqueza biológica como por la variedad cultural y lingüística de una región, así como por los productos tangibles e intangibles resultantes (Leff, 2017; Luque y cols., 2020). El patrimonio biocultural ikoot encuentra en la simbiosis con el ecosistema marítimo el punto crucial donde se anclan sus patrones identitarios, así como la raíz de su defensa territorial.
Así, en el conjunto de saberes, se denota el conocimiento acerca de la persistencia de los fuertes vientos que caracterizan a la región como uno de los factores que se consideran para valorar su riqueza biológica. Algunos estudios han demostrado ya cómo los fuertes vientos garantizan el intercambio de aguas profundas y superficiales en las lagunas internas de la región, así como una renovación de nutrientes que enriquecen fuertemente la variabilidad de peces, lo que la convierte en una de las zonas más biodiversas del país (Millán, 2004). Esta característica se traduce en una fuente constante de alimento para los pescadores ikoot, quienes dependen de la riqueza que este fenómeno trae consigo, sabedores, a su vez, de su frágil equilibrio. “En el marcito –dicen ellos–, somos uno, esa es nuestra ideología, ahí somos uno solo”. Uno solo con ellos, uno solo con el mar, repiten constantemente.
Asimismo, los saberes profundos sobre el ecosistema marítimo, el conocimiento de sus sinergias con los ecosistemas terrestres, así como la comprensión de los flujos migratorios de la avifauna que caracteriza a la región (García-Trejo y Navarro, 2004), constituyen también elementos centrales para analizar su patrimonio biocultural. Este, sin embargo, está siendo amenazado tras el arribo de empresas eólicas que han buscado instalar desde inicios de este siglo megaproyectos, aprovechando las peculiaridades geográficas de la región.
Es importante señalar, sin embargo, que el rechazo ante tales megaproyectos, así como la raíz de la movilización de la poblaciones en los tres poblados, no es hacia la generación del desarrollo de proyecto eólicos per se, sino que su rechazo es a las formas en las que se han buscado imponer, formas que responden a una lógica corporativa que sustenta el modelo capitalista de producción, el cual prioriza la ganancia económica por encima de los impactos al territorio, a la biodiversidad y a su patrimonio biocultural. Es un modelo que cosifica y monetiza los recursos naturales y que, de acuerdo con diversas experiencias ampliamente documentadas (Ruiz y cols., 2007; Henestroza, 2009; Durán, 2014; Tetreault y cols., 2019), ha logrado someter a diversos poblados bajo procesos de despojos territoriales violentos (Juárez-Hernández y León, 2014) y han iniciado una explotación intensiva de los recursos.
PROYECTOS DE ENERGÍAS EÓLICAS: IRREGULARIDADES Y CONFLICTOS
Debido a sus particularidades geográficas, una de las regiones con mayor potencial eólico es la del Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca. La velocidad media anual de los vientos excede los 10 m/s; en promedio, en el mundo se aprovechan vientos de 6.5 m/s para la generación de energía (Juárez-Hernández y León, 2014), por lo que el aprovechamiento de este potencial eólico podría generar condiciones suficientes para combatir la pobreza energética que en la región persiste. Según la Comisión Reguladora de Energía (CRE), este potencial eólico se puede transformar en aproximadamente 1,200 watts por metro cuadrado (W/m2) entre los meses de octubre y febrero, cuando la fuerza de los vientos alcanza su clímax en esta región (Segob, 2015).
Su peculiaridad se debe a que es la tercera franja más estrecha del continente, solo después de la región central de Nicaragua y el Canal de Panamá, una franja de 200 km que conecta los océanos Pacífico y Atlántico. Esta estrechez genera lo que se conoce como el “efecto túnel”, un fenómeno geográfico ideal para los flujos migratorios de avifauna y que, a voz de los expertos, ha generado un equilibrio ecosistémico único y, por lo mismo, de muy alta fragilidad.1
Debido a ello, esta región posee una riqueza ecosistémica enorme (Agatón y cols., 2016), factor de suma importancia cuando de construir infraestructura externa se trata. Esta fragilidad se explica por la relación que existe entre los diferentes biomas y ecosistemas que ahí conviven. En el istmo confluyen zonas semiáridas donde el ciclo del agua es vital, ya que estos ecosistemas actúan como capturadores de humedad, sensibles y frágiles frente a cualquier modificación que afecte al equilibrio natural; también hay regiones costeras y de manglares, que inundan las zonas de lo que se denomina como fronteras ecotónicas;2 hay lagunas y humedales cuya función ecosistémica es proporcionar refugio a múltiples especies endémicas y migratorias en la región.
Los especialistas suelen poner especial atención en los casos de la Barra Santa Teresa y Playa San Vicente, en San Dionisio del Mar, zonas de transición de reptiles, fauna diversa y avifauna con especial relevancia para la región en su conjunto por el equilibrio ecosistémico que proporcionan, ya que lo que ocurre en ellos por separado, aseveran, podría afectar la dinámica regional de forma tal que podrían comprometer la existencia de todo el equilibrio de la región en su conjunto (García-Trejo y Navarro, 2004).3 Es esta precisamente la región donde el pueblo mero ikoot se asienta.
Es importante resaltar, por otra parte, cómo algunas investigaciones aseveran que el calentamiento global antropogénico está afectando profundamente este tipo de ecosistemas (Durán y cols., 2020), hecho que, sumado a los procesos de invasión de estos territorios a causa del crecimiento urbano o por la generación de infraestructura o sistemas tecnocientíficos, comprometen seriamente esta fragilidad ecosistémica; por ejemplo: se ha documentado ya cómo la desaparición de vegetación a través del desmonte para la instalación de aeroturbinas o para la construcción de vías de comunicación elimina especies que sirven como barreras naturales contra corrientes de aire o ante tormentas tropicales o ciclones, lo que además motiva el desplazamiento de reptiles, mamíferos pequeños, anfibios, hongos y virus (García-Trejo y Navarro, 2004; Vázquez y cols., 2014; Zárate y Fraga, 2015).
En resumen, la región del Istmo representa una de las regiones de mayor relevancia biogeográfica debido a la conjunción de flora y fauna propias de las áreas montañosas de clima templado y frío con especies tropicales de clima cálido y húmedo. Posee una elevada riqueza de especies de mamíferos, aves, mariposas y especies endémicas (Cortés-Marcial y Briones-Salas, 2014; Howe y Boyer, 2015). Lo preocupante es que, pese a su gran diversidad, hay una evidente ausencia de planes de conservación de estos ecosistemas, especialmente en sus selvas secas y en los humedales, que son además las biorregiones más amenazadas en el continente (Ceballos y Martínez, 2010).
Las comunidades en el Istmo, ancladas fuertemente a este territorio y a sus particularidades, han sabido coevolucionar en este entorno y han desarrollado un profundo conocimiento del mismo. Para empezar el análisis del conflicto en la comunidad ikoot habría que empezar por referir las confrontaciones intercomunitarias en la región.
A diferencia de los poblados de San Mateo, San Dionisio y San Francisco del Mar, Santa María pertenece al distrito de Juchitán. Las abuelas y los abuelos de las comunidades narran cómo esta comunidad avecindada habitada principalmente por zapotecas se pobló con gente que llegó a “pedir permiso” para establecerse dentro del territorio de San Mateo del Mar, aunque con el tiempo empezaron a abarcar más tierras; sin embargo, comentan, los intercambios comerciales entre las dos comunidades se daban de manera tranquila, aunque siempre hubo pequeños conflictos por la posesión territorial. La conflictividad intracomunitaria se agravó por la toma de postura respecto al arribo de las empresas eólicas.
Los habitantes de San Dionisio narran cómo la llegada de estas empresas desarmonizó todo, ya que
[...] querían ocupar la tierra, la laguna, el mar, lo que nosotros ocupamos para vivir, pues, y nosotros comenzamos la defensa de nuestras tierras y nuestros territorios.
El problema es que algunos habitantes de Santa María estuvieron de acuerdo (y aún lo están) con la instalación de los parques eólicos, hecho que se sumó al escenario de viejos conflictos por el territorio, y ha provocado que los problemas entre las comunidades se agraven, ya que las instituciones gubernamentales, lejos de interceder para solucionarlo, han entorpecido el diálogo, estigmatizando a cierta parte de la población. La gente de San Mateo lo expresa con claridad: “Santa María pertenece al municipio de Juchitán, donde los diputados tienen buena relación con las empresas eólicas”, quienes, en conjunto con las autoridades de Santa María del Mar, concluyen, se han encargado de vender y de cambiar el uso de suelo para beneficiar a las empresas. Es esta la raíz del conflicto intercomunitario.
EL CONFLICTO POR EL TERRITORIO Y LA DEFENSA DEL PATRIMONIO BIOCULTURAL
Desde 2003, la empresa española Preneal mostró interés por construir un parque eólico en la Barra de Santa Teresa, en el municipio de San Dionisio del Mar, un sitio geográficamente privilegiado que posee una velocidad de flujo de viento entre 108 y hasta 180 km/h. A través de sus subsidiarias mexicanas Energía Eólica Mareña y Energía Alteña Istmeña, Preneal proyectó instalar el parque eólico más grande de Latinoamérica, con 132 aerogeneradores y tres subestaciones eléctricas. Cabe señalar que el objetivo de la generación de energía eléctrica no era para abastecer a la población, sino para algunos consorcios que operan en la región (Henestroza, 2008).
Tras el rechazo inicial de la población para la construcción del parque debido a la ausencia de información, Preneal rediseña su estrategia. Cambió su nombre por Mareña Renovables y, bajo engaños y sin la debida observancia del derecho a la consulta libre, previa e informada, obtiene en 2008 el usufructo de cerca de 17,000 hectáreas de tierras de uso comunal a manos de la presidencia municipal de San Dionisio. Es entonces cuando el conflicto se profundiza, ya que los pobladores de San Dionisio deciden organizarse y confrontar las tácticas de esta empresa de comprar voluntades e insertar en las asambleas comunales informantes de la misma comunidad, con el fin de presionarles (Mejía, 2017).
De manera casi simultánea, en Santa María del Mar la asamblea comunitaria concluye que cerrarían el convenio y aceptarían la compra de sus terrenos; sin embargo, debido a que la empresa tendría que transportar todo el material de construcción para armar la infraestructura por la ruta de San Mateo del Mar, el proyecto se detuvo. Esto generó malestar entre la población que en Santa María del Mar ya había vendido sus terrenos, propiedades que, recordemos, fueron “donadas” hace tiempo por ikoots de San Dionisio.
Los habitantes de esta comunidad, por su lado, se mantuvieron firmes en su decisión:
Nos quieren forzar a celebrar un convenio con las empresas para poner aquí aerogeneradores, las empresas y el gobierno están ayudando para que Santa María del Mar pueda llevar a cabo eso y forzarnos a nosotros a aceptar ese convenio.
Hay un importante número de reportajes periodísticos que lograron documentar ataques constantes a la comunidad como estrategia intimidatoria y de franca violación a sus derechos humanos perpetrados tanto por pobladores aledaños como por las fuerzas policiacas.4 Pese a ello, la Asamblea de San Dionisio concluyó que la construcción de un parque eólico atentaría contra la vida comunitaria, impidiendo la construcción del parque:
[...] aquí convergen los vientos del Pacífico con los vientos del Atlántico, al poner los aerogeneradores no vamos a poder entrar a pescar, al poner una base de concreto va a evitar la filtración de las aguas del mar hacia la laguna, lo cual va a provocar que haya menos camarón y pescado, nos condenan a un exterminio como comunidad.
En 2011, tras varios años de confrontación, la empresa decide vender el proyecto al grupo empresarial mexicano Fomento Económico Mexicano (Femsa-Coca Cola) en aproximadamente 12 mil millones de pesos (aproximadamente 600 mdd).5 Este hecho fue considerado como un triunfo en el interior de la comunidad, ya que denotaba la estrategia fallida de la empresa original. Posteriormente, las autoridades comunitarias recurren a juicios y a instancias gubernamentales para recuperar las tierras invadidas. A pesar de que se ha demostrado que el territorio pertenece a San Mateo del Mar, el tribunal agrario ha resuelto en beneficio de las empresas eólicas al otorgar resoluciones a favor de Santa María, que firmó un contrato de arrendamiento y usufructo con la empresa eólica desde 2008.6
Pese a esta serie de rechazos y de demandas comunitarias, sorpresivamente, en 2012, el presidente municipal decide dar un sorpresivo banderazo simbólico, anunciando el inicio de la construcción del parque eólico; la comunidad ikoot de San Dionisio decide entonces tomar las instalaciones municipales, quitar de sus funciones al presidente municipal acusándolo de soborno;7 se conforma así la Asamblea General del Pueblo de San Dionisio del Mar (AGPSDM), una organización no partidista donde convergen campesinos, pescadores, hombres, mujeres, ancianos y jóvenes, quienes asumen el poder y plantean, no el rechazo al proyecto eólico en sí mismo, sino que denuncian la falta de información sobre el proyecto en su conjunto, sobre sus repercusiones e impactos, así como los supuestos beneficios a la población. Es importante señalar que la AGPSDM recibió apoyo de diversas organizaciones que compartían experiencias similares, como las de Unión Hidalgo y La Venta, organismos comunitarios de la misma región del Istmo, con historia en procesos similares ante empresas españolas y conocedoras de las repercusiones socioambientales de los parques eólicos en sus comunidades, así como los procedimientos legales tras el fenómeno.8 La toma de las instalaciones ilustra el alto nivel de inconformidad y marca el inicio de la resistencia comunitaria ikoot detentando el poder y la gestión de sus territorios.
CONCLUSIONES: EL CONFLICTO EN SU ETAPA ACTUAL
La comunidad científica especialista en el tema concuerda en la necesidad de elaborar estudios acerca de la compleja biodiversidad de la región para la comprensión de las sinergias ecosistémicas y sus procesos resilientes. Estudios de esta naturaleza servirían como base para el desarrollo de proyectos de desarrollo de cualquier índole en la región y se evitarían las constantes críticas a los Estudios de Impacto Ambiental (EIA) que, generalmente, son puestos a debate por no considerar esta complejidad ecosistémica, las sinergias entre los microclimas y los profundos impactos que se ocasionan al introducir sistemas tecno-científicos que aprovechan los recursos naturales de la región.
En ese sentido, sostenemos que la raíz de la serie de conflictos socioambientales generados por los megaproyectos en México se estructura a partir de la confrontación de cosmovisiones diferenciadas que, por un lado, enarbola el capital y su visión monetizada de la naturaleza y, por el otro, la de los pueblos originarios en relación con sus territorios y su patrimonio biocultural.
Actualmente, los ikoot a través de la AGPSDM han unido fuerzas con pobladores cercanos como los binnizá del municipio de Álvaro Obregón, localidad clave para el éxito de su lucha al converger ambos en la conformación de una barrera terrestre, hecho que les ha permitido bloquear el camino que cruza esta localidad por la que deberían pasar los insumos necesarios para la construcción del parque eólico.
Al igual que los ikoot, son pobladores dependientes del mar, lo que ha generado una relación simbólica desde generaciones ancestrales a través del territorio compartido, por lo que su unión garantiza la interrupción del proyecto. Al no contar Mareña Renovables con el apoyo del gobierno de esta localidad, se generó otro obstáculo más, que hace prever un retiro total.9 Pese a ello, la tensión en el interior de la población continúa presente, ya que se han desatado antagonismos históricos que se visibilizan en las luchas entre quienes desean que el proyecto de parque eólico avance y quienes se oponen; el carácter regional del conflicto que ha logrado activar redes de colaboración y solidaridad entre los pueblos pescadores de la microrregión lagunar, ha convocado a su vez a actores políticos, institucionales e, incluso, a cuerpos armados de seguridad, quienes han sido utilizados por el consorcio para poder desequilibrar el frágil balance entre los poblados.
Por otra parte, con esta investigación queremos dejar constancia de la existencia de un proceso coevolutivo de la comunidad ikoot. Sin embargo, el arribo de los megaproyectos eólicos puede comprometer este patrimonio biocultural, ya que amenaza sus territorios y sus lugares sagrados y, al mismo tiempo, están generando una exacerbación evidente de problemas territoriales ya existentes, generando divisiones políticas en el interior de las comunidades (las cuales en ocasiones han llegado a generar escenarios de gran violencia), etcétera.
La movilización comunitaria ha dejado en claro que su oposición no es a la energía eólica en sí misma, y su narrativa ha dejado en claro que no están en contra del progreso ni mucho menos de los beneficios que una nueva matriz energética podría traer consigo. Sin embargo, los escenarios de despojo territorial, de riesgo ante la pérdida de su patrimonio biocultural, dan sentido a sus exigencias.
Finalmente, es importante señalar que, tras casi 12 años del inicio del conflicto, Mareña ha decidido retirar el proyecto y la comunidad sigue festejando este triunfo, sin bajar los brazos, en tanto guardianes de sus mares y sus vientos.
NOTAS
1 Esto en voz de la doctora Patricia Mora, investigadora del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional Unidad Oaxaca del Instituto Politécnico Nacional (CIIDIR Oaxaca); para detalle, véase https://www.somosmass99.com.mx/el-itsmo-en-riesgo-ambiental-por-parques-eolicos/.
2 Aquellos espacios de frontera entre dos distintos ecosistemas vinculados entre sí, espacios de una enorme biodiversidad y de una gran delicadeza sistémica.
3 Según ha denunciado la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo de Tehuantepec en Defensa de la Tierra y el Territorio (APIITDTT), el impacto de los proyectos eólicos en la Barra de Santa Teresa o Bii Hioxho, ubicados en la zona acuífera de la Laguna Superior, representaría una profunda amenaza a la soberanía alimentaria de las poblaciones de la región, ya que la puesta en marcha de estos proyectos traería un desequilibrio de la frágil zona manglar. Para detalle, véase http://www.sipaz.org/enfoque-impactos-y-afectaciones-de-los-proyectos-de-energia-eolica-en-el-istmo-de-tehuantepec/#vsiete.
4 Véase https://www.jornada.com.mx/2012/10/13/oja-viento.html; https://www.jornada.com.mx/2018/01/30/estados/027n2est y https://lacoperacha.org.mx/nosotros-pueblo-ikoot-guardianes-mar-viento-radio/.
5 Información aportada por Edith Ávila, representante del Consorcio Mareña Renovables, en el documental Somos viento (2012).
8 Véase https://desinformemonos.org/el-pueblo-que-resistio-el-dinero-de-las-eolicas/.
9 Véase https://especiales.piedepagina.mx/empresas-espanolas/el-negocio-del-viento.php.
REFERENCIAS
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Carreño F, Rodríguez C y Castellanos A (coords.) (2017). Patrimonio biocultural. Experiencias integradoras. México: Universidad Autónoma de Chapingo.
Delgado R (2014). Extractivismo, ecología política y construcción de alternativas en América Latina. ALASRU 10:47-73.
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