La legión extranjera de la ciencia moderna



Francisco Javier Ruiz Durán
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LA GRAN REDADA

El 22 de octubre de 1946 centenares de camiones soviéticos se estacionaron en las localidades de Bleicherode, Dessau, Bernburg, Berlin o Leipzig para llevarse familias enteras hacia un destino desconocido durante cinco años, al menos en un principio. Pocos meses después el procedimiento fue realizado por las fuerzas americanas cuyos barcos y aviones los transportaron a Maryland, Texas o Nuevo México; entre medias, los camiones franceses atravesaban el Rhin con docenas de alemanes. Por su parte, los británicos prefirieron reunirlos en los cuarteles y escuelas abandonadas en Alemania meridional. Voluntarios, obligados o secuestrados los físicos, técnicos o especialistas en energía nuclear, cohetes, propulsión a chorro o en radares, que fueron localizados, iban camino de Kazajstán, Texas, Gran Bretaña, París o, para aquellos que pudieron camino de la Argentina de Perón, África del Sur, India, Italia... Incluso antes de la derrota alemana sus sabios se habían convertido en la pieza a cobrar por todos los aliados, para ello no se escatimaron misiones de comandos, investigaciones de inteligencia y cambios en las estrategias militares para ser los primeros en llegar a los institutos de investigación donde los sabios habían hecho realidad lo inimaginable.
    Todo comenzó en 1942, cuando los científicos de Chicago pidieron al presidente Roosevelt que averiguase hasta donde habían llegado los científicos nazis en sus trabajos atómicos. El paso siguiente ocurrió el 27 de febrero de 1943, cuando comandos británicos sabotearon las instalaciones de agua pesada de Noruega, la única del mundo, pero que los alemanes recuperaron con una celeridad sorprendente e incrementaron de 120 a 1500 kilos su producción anual; a lo cual los aliados respondieron enviando 150 bombarderos que erraron el blanco el 16 de noviembre de 1943 por lo que finalmente, a finales de 1943, la fábrica fue desmontada y transportada a Berlín, aunque los comandos británicos se apuntaron otra victoria al hundir el ferry que transportaba las reservas de agua pesada que iban camino de Berlín el 20 de febrero de 1944. Y en la primavera de 1944 se convocó al físico holandés, nacionalizado americano, Samuel Goudsmit a la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico de Washington para un examen extraoficial ante el director, el Doctor Vannevar Bush. 
    Estos pequeños episodios, aparentemente aislados, fueron los primeros movimientos de una guerra soterrada que finalmente estallaría con la invasión de Italia cuando el Pentágono inoculó entre sus tropas a un personal altamente cualificado, una nueva clase de espías, para descubrir a todos los científicos italianos que pudieran haber colaborado con los colegas científicos alemanes; comenzaba la Operación Alsos. 
    El 14 de diciembre de 1943 un grupo de trece militares y seis científicos se trasladaron desde Argel a la cabeza de puente que los aliados habían establecido en Italia; nadie conocía su misión, pero pronto fueron conocidos por ser de los primeros en entrar en todas las ciudades que se iban liberando. Pero Italia no les pudo dar lo que estaban buscando.
    El día D se reanudó la labor de Alsos y el 9 de agosto de 1944 entraron en la Universidad de Rennes para inmediatamente dirigirse a la recién liberada París; pero el objetivo seguía esquivo hasta que pudieron entrar en Bruselas, donde los papeles de la Unión Minerva descubrieron que Alemania había creado una compañía química en París cuya labor era localizar todos los depósitos de uranio en Europa. La Aver Gesellschaft no solo encontró el uranio, sino también todos los depósitos de torio para el desarrollo de la bomba atómica. 
    El estudio de su documentación les encaminó al pueblo alemán de Hechingen que pronto los servicios de inteligencia norteamericanos relacionaron con unos laboratorios de la zona cuando la Organización de Servicios Estratégicos, OSS, descubrió en la primavera de 1944 que Werner Heisenberg vivía en el pueblo. Hechingen estaba en poder alemán, pero Estrasburgo acababa de ser liberada y los hombres de Alsos localizaron a Von Weiszäcker, la diana, y al Doctor Fleischmann y todo su equipo de científicos escondidos en el hospital de la ciudad. 
    La Operación Jackpot, la de Estrasburgo, fue un rotundo éxito, pero el Pentágono seguía insistiendo en Hechingen y soñando con el doctor Heisenberg. Y cuando los aliados se acercaban al objetivo el General Groves, jefe del Proyecto Manhattan, comprobó que la zona que iba a caerle en suerte a Francia era precisamente la zona que más deseaban reconocer los hombres de Alsos así que llamó al general Marshall y elaboraron la Operación Harborage. 
    Los informes de inteligencia daban mucha importancia a la zona y Groves creía que las inclinaciones comunistas de Joliot-Curie podían llevarle a entregar información a Rusia, por lo que el ejército americano debía adelantarse al francés para que reconociera y descubriera los adelantos atómicos alemanes cuando llegase la oportunidad.
    Mientras, un auténtico aluvión de comandos Alsos, al inicio de 1945, habían recorrido todos los laboratorios e instalaciones secretas de Francia, Holanda y Alemania, que habían sido liberadas, donde se encontraron documentos, científicos y depósitos de uranio que se transportaron inmediatamente a Estados Unidos, siendo lo más reseñable las 68 toneladas de uranio que los británicos descubrieron en Bélgica y las 30 toneladas que los americanos descubrieron en Toulouse. Sin embargo, la mayor de estas razzias se efectuaría en Alemania, con la participación de los ingleses... Se trataba de la totalidad de las reservas secretas alemanas, en total 1,100 toneladas... de una mina de sal, cerca de Stassfurt, en la tierra de nadie que separaba a los americanos de los rusos. 
    El general de brigada E. L. Sibert, jefe de los servicios de información del 12º Grupo de Ejércitos Americanos, dudaba un poco sobre la legalidad de la operación... el General Bradley respondió en tono castrense: “¿Los rusos? ¡Que se vayan al diablo!”1 y acto seguido un grupo de militares ingleses y americanos con un grupo de científicos y el coronel sir Charles Hambro, del Proyecto Manhattan, entraron en Stassfurt y se llevaron los depósitos.
    Otro de los puntos importantes de la misión lo constituía la lista del Intelligence Service con los nombres y direcciones de las dianas alemanas más importantes que había sido realizada por los investigadores europeos emigrados a Estados Unidos Otto Frisch, Niels Bohr y Enrico Fermi. Cada fábrica, cada laboratorio, cada universidad o cada región, mina o posibles almacenes que habían sido indicados como sospechosos de tener la más mínima relación con los proyectos atómicos germanos fueron sometidos a vigilancia aérea hasta que llegase el momento; sobre todo en objetivos como las minas de uranio de Joachimsthal en Bohemia, donde los pilotos de la RAF se jugaban la vida continuamente para fotografiar toda actividad cercana. Esta actividad de vigilancia reveló en 1944 que la fábrica de dentífrico alemana de Auer en Oranienburg, cerca de Berlín, seguía tratando el uranio de las minas de Joachimsthal, y el alto mando americano ordenó al general Carl Spaatz, el 15 de marzo de 1945, el envío de 616 bombarderos que lanzarían más de 1,500 toneladas de bombas reduciendo a cenizas todas sus instalaciones; casualmente, estas instalaciones atómicas les iban a tocar a los rusos, mientras los comandos de Alsos entraron en Heidelberg para ver el laboratorio, los aparatos y el ciclotrón del doctor Walter Bothe que al ver que su captor era su viejo amigo Goudsmit no solo le puso al corriente de sus trabajos; le dijo que Otto Hanh estaba en Tailfingen y que Heisenberg, Max Von Laue y Weiszäcker estaban en Hechingen junto a la pila atómica del Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín para huir de los bombarderos aliados. 
    Esta información junto a la que ya tenía de las conversaciones con Richard Kuhn y Wolfgang Gertner, anteriormente capturados, dejaban claro que los alemanes habían creado dos grupos para el desarrollo nuclear. El primero lo dirigía Heisenberg y el segundo lo dirigía Kurt Diebner en Turingia, después de haber pasado por Frankfurt e Ilm, pero había otros sabios alemanes en trabajos relacionados en diversos lugares como Groth en Celle, Manfred von Ardenne en Berlín, Harteck en Hamburgo, Kirchner en Garmisch y Stetter en Viena. 
    El panorama no era muy alentador, pero la presión de Patton acababa de derribar la resistencia alemana en Ilm, cerca de Turingia, lo que dejó libre el camino para descubrir, en una escuela, los laboratorios, los sabios, una pila de uranio y una extraña montaña de ladrillos negros que resultaron ser bloques de óxido de uranio prensado que rápidamente se envió a los Estados Unidos; pero todo aquello era lo que la Gestapo había dejado atrás por su poca importancia; los aparatos importantes, Kurt Diebner y Walter Gerlach habían sido evacuados a Baviera. 
    Poco después Goudsmit y Pash fueron informados de que los franceses les habían tomado la delantera en el avance hacia la Selva Negra; ante este contratiempo, no dudaron en pedirle permiso al general Eisenhower para llegar los primeros a Hechingen y este, consciente de la importancia del enclave, autorizó la Operación Harborage: se envió un mensaje falso a las tropas francesas para que no tomasen el pueblo pues iba a ser bombardeado y mientras las tropas galas se detuvieron ante el puente de la localidad, una columna americana entró directamente a sus laboratorios donde encontraron al profesor Weiszäcker, que les estaba ya esperando, y al día siguiente entraron en Tailfligen donde junto a la valiosísima información que allí había, también encontraron a dos de las grandes dianas que estaban en el laboratorio de la escuela del pueblo: Otto Hanh y Max von Lave. 
    En la operación también descubrieron que la fábrica textil había sido reconvertida en un laboratorio, la cervecería contenía un reactor y en Haigerloch encontraron un túnel para ubicar una segunda pila atómica, una granja con bloques de uranio, muy cerca un molino con un depósito de agua pesada y en las letrinas un bidón repleto de documentación. Pero Heisenberg, la pieza más codiciada por los servicios de inteligencia occidentales, había escapado de los comandos Alsos de una forma que nadie había podido contemplar, atravesando las líneas montado en su bicicleta. No obstante, el botín era impresionante: Otto Hanh, Max von Laune, Carl-Friedrich von Weiszäcker, Horst Koesching, Karl Wirtz y Erich Bagge, amén de documentos secretos para la fabricación de explosivos atómicos firmados por Heisenberg. Pero pronto les llegó el anuncio de la caída de Celle y los hombres de Alsos cosecharon la diana de Wilhelm Groth, creador de la centrifugadora atómica; en Baviera a Gerlach, que se había escapado, en Schöngeising a Diebner, en Hamburgo se secuestró al doctor Harteck y en Dällenberg se apresó a un científico suizo. Y como colofón, cuando acababa la guerra, la 56ª División norteamericana llegó a la puerta de la casa de Heisenberg en los Alpes Bávaros. 
    Tras un largo periplo, el grupo de los científicos más importantes, para sus nuevos amos, terminó instalado en la escuela de comandos del Ejecutivo de Operaciones Especiales de Farm Hall, Inglaterra, que Winston Churchill había creado para incendiar Europa. Después de meses de escuchas continuas (la casa estaba repleta de micrófonos) el 7 de enero de 1946 les instalaron en los laboratorios de Hamburgo y Göttinga para seguir trabajando con la condición de que no se instalaran ni en la zona francesa ni, por supuesto, en la rusa. Toda la información recogida por estos grupos está en los archivos que el ejército norteamericano tiene en Alexandría (Virginia).
    Pero no todos esperaron a ser capturados, Werner von Braun y un grupo de sus compañeros se presentaron en Baviera; eso sí, la caravana llegaría huyendo constantemente del II ejército soviético que fue movilizado en su búsqueda por el general Rokossovski, para entregarse. La columna de vehículos militares transportaba a von Braun, el general Dornberger, Dieter Huzel, Hans Lindenberg, Bernhard Tessman, el coronel Axter y Magnus von Braun; los hombres de Peenemünde habían decidido en una reunión que los impresionantes desarrollos científicos que habían realizado debían entregarse a los Estados Unidos para que mantuviese el poderío científico occidental. En la primera entrevista los sabios comunicaron que en las minas de Nordhausen habían escondidas toneladas de documentos técnicos y los aliados occidentales comprobaron que en pocos días esa zona iba a ser entregada a los aliados rusos: Robert Staver, al mando de un grupo del Servicio de Investigación del ejército americano, no solo llegó a la mina, también inspeccionó la base de Mittelwerke, donde se fabricaban las V-2, capturó a Carl Otto Fleischer, decomisó el primer cohete antiaéreo del mundo –Wasserfall– que tanto ansiaban los americanos y otros juguetitos maravillosos que estaban allí abandonados. 
    Pero cuando estaban preparando la evacuación Fleis-cher le pidió a Staver que hiciese una parada: la casita era propiedad de Eberhard Rees, el jefe de talleres de Peenemünde, que terminó de enseñarles los veinticinco recintos secretos donde habían escondido sus conocimientos, instrumentos, planos y los bancos de pruebas de los motores de las V-2. A ello se le sumó el doctor Hellmult Gröttrup y Walter Riedel, que junto a la caravana de von Braun suponían el elenco científico que trabajaba y desarrollaba la tecnología de los misiles balísticos intercontinentales y soñaban con viajes espaciales y satélites. Sin olvidar las catorce toneladas de valiosos documentos que las SS habían escondido en las montañas de Harz, en Dorten, que con la ayuda británica pudo sacar justo antes de que las primeras tropas soviéticas de ocupación llegaran al terreno. 
    Pero los americanos siguieron sin perder el paso: el 11 de abril de 1945 una división blindada que iba a encontrarse con la vanguardia soviética en Barby del Elba se encontró con un grupo de prisioneros de un campo de concentración que les llevaron a las colinas de Niedersachswerfen, donde encontraron lo que podríamos denominar, si se me permite, la cueva de los milagros: talleres, salas de trabajo, laboratorios de última generación y cien cohetes V-2. 
    La orden, ya puede usted imaginársela. Pero esta vez no solo había engañado a los rusos y cuando los barcos que habían zarpado de Amberes estaban en alta mar, la Royal Navy les recordó el pacto secreto por el cual les correspondían cincuenta V-2; con el cargamento parado hubo una durísima negociación en la cual el Departamento de Estado americano terminó ganando.
    Si bien es cierto que Robert Staver también dispuso todo para el traslado de los cien científicos más recomendados junto a sus familias, la Operación Overcast, la marina ya se había llevado a los tres que más le interesaba a ella y al Ejército del Aire, Proyecto Lusty, hizo lo propio con el ingeniero de la Junkers, el doctor Zinder, el ingeniero de planeadores de Gotha, el padre del Messerschmitt 163 el doctor Alexander Gotha... pero los hombres del coronel Donald Putt dejaron su huella cuando penetraron, con los ingleses sobre el terreno, en el Instituto de Investigaciones Aeronáuticas de Brunswick para sacar a uno de los mayores expertos en aviación supersónica, Theodor Zobel, y cinco colegas suyos. 
    A pesar de todos los atropellos los ingleses dejaron hacer porque su “objetivo inicial de la carrera por hacerse con el botín científico de la guerra fue formulado el 5 de junio de 1944”:2 Hellmut Walter, padre del submarino químico; Kurt Tank y Willy Messerschmitt, padres de la de la aviación a reacción; y el doctor Essaü, experto en teleguía. También desmontaron piedra a piedra, todas y cada una de las instalaciones navales alemanas para que Herr Walter y su equipo pudieran crear de nuevo su submarino Meteoro; se aseguraron que ningún genio alemán de primera se quedase en la zona de ocupación francesa y como contraprestación por las razzias americanas estos tuvieron a bien dejarles unos cerebritos, Kurt Debus y su equipo y von Braun, hasta que comprendiesen el manejo y el proyecto de las V-2. 
    Pero los franceses, a quienes no les había quedado más que negociar con el saldo, tuvieron un gran golpe de suerte con el grupo científico del Instituto Balístico de Berlin-Gatow que dirigía el profesor Schardin, que también apareció en una caravana huyendo de los rusos a los que les reconstruyeron sus laboratorios en la frontera franco-alemana para que solo tuviera que cruzar el puente de la localidad de Saint-Louis, cerca de Kembs, que la unía con los pueblecitos de Weil y Haltingen que además estaba muy cerca de las universidades de Estrasburgo, Basilea y Friburgo que dio lugar al Laboratorio de Investigación de Armamento Francés. Años después un artículo publicado en Alemania sobre las máquinas diesel puso en marcha una investigación de los servicios de información galos para dar con el autor; estos no se sorprendieron cuando descubrieron que era el doctor Fritz Pauly, uno de los cerebros de Peenemünde, y rápidamente negociaron su contratación con la Compañía de Propulsión a Reacción. Estos dos ejemplos les abrieron los ojos a los científicos alemanes que habían sido eliminados de las listas americanas e inglesas; poco a poco los franceses, muy complacidos, fueron recibiéndoles inclusive a los que iban saliendo de los campos de concentración, como el especialista en aviación, voluntario de las Waffen SS, Hellmunt von Zborowski, que tenía en su haber la construcción del Me-163, el coleóptero o el cohete Schmetterling. Ahora era Francia quien reunía los viejos equipos de Alemania cuando con Zborowski se presentaron el doctor Wilhelm Seibold, el profesor Heinrich Hertel y sobre todo Eugen Sänger y su esposa Irene Bredt quienes tras pasar su luna de miel en el Arsenal Aeronáutico francés reanudaron sus famosos trabajos de cohetes para la conquista del universo. 
    También en Francia los diversos ejércitos tuvieron sus propios juguetitos: la Marina había reunido a algunos especialistas de rayos infrarrojos como Rolf Engel, que pronto se convertiría en consejero de la Oficina de Estudios e Investigaciones Aeronáuticas de Francia.

EL BOTÍN SOVIÉTICO

Los rusos se habían centrado casi exclusivamente en una lista orientada a desarrollar su investigación atómica. Todo comenzó cuando, mientras caía Berlín, enviaron a un grupo directamente al Instituto Kaiser Wilhelm para capturar su ciclotrón y trasladarlo a Stalingrado; además “la NKVD, que llegó con el Ejército... encontró 250 kilos de uranio metálico, tres toneladas de óxido de uranio y veinte litros de agua pesada”;3 y a otro grupo al Instituto Lichterfelle para capturar al barón Manfred von Ardenne, el mejor físico atómico alemán, y 35 de sus colaboradores para reunirlos a sus colegas, ya capturados, el premio Nobel Gustav Hertz, Bewilogua, Fritz Volmer y Peter Thiesen. 
    Estos movimientos, el contacto que tuvieron con Heisenberg para robárselo a los británicos, los informes de los servicios de inteligencia aliados sobre la anexión rusa de Tuva, antigua provincia de la Mongolia China, por razón de los espléndidos yacimientos de uranio y las consabidas anexiones de la famosa mina de Joachimstal en Bohemia y de las minas de Sajonia y Mansfeld en Alemania que ahora trabajaban al máximo para la potencia ocupante. 
    A ello se debe sumar que las instalaciones subterráneas de Weser, Checoslovaquia, con sus V-2 y sus ciclotrones también seguían trabajando, con los mismos especialistas, y su producción se destinaba hacia un balneario cercano al palacio de los zares, en Agudzeri, a orillas del Mar Negro. Aquel balneario se había reconvertido en una instalación de investigación nuclear y el palacio en la nueva residencia del barón von Ardenne y su cuadra de caballos. 
    Con estos datos no es de extrañar que los servicios de inteligencia occidentales se empezaran a preguntar por los científicos desechados de la Operación Paperclip, como Hellmut Gröttrup. Pero en esos momentos estos miedos se aparcaron, en los cielos de nuevo México volvió a volar la V-2, era mayo de 1946. Eso sí, pronto comenzó la discusión por nacionalizar a los paperclip boys de Fort Bliss para evitar que cuando acabasen sus contratos de seis meses fuesen cooptados por los rusos a su vuelta a Alemania. Y la providencia vino en su ayuda: el desastre del cohete Hermes, de fabricación americana, puso de manifiesto la absoluta necesidad del genio alemán; desde los ministerios de Comercio, Guerra y Marina americanos, en colaboración con los británicos, se ordenó que se trajese a Estados Unidos una lista de sabios y sus familias. Cuando esto fue anunciado públicamente por el presidente Truman se desató una tormenta de críticas que llevó a The Nation a publicar un artículo de J. Joesten que decía:

Si te gustan las matanzas colectivas, pero tu piel te es muy querida, hijo mío, hazte sabio. Es la única manera que hay actualmente para cometer asesinatos con toda impunidad. Ser un político partidario de la guerra no es una profesión segura en nuestros días. Si pierdes, te prenderán. Si eres general y resultas vencido, te fusilarán. Si eres industrial, irás a la cárcel. Pero si eres sabio, lo mismo da vencedor que vencido, serás honrado. Tus enemigos te codiciarán. Lucharán entre ellos por tu posesión... incluso puedes obtener el Premio Nobel. Pero, ¡cuidado!, la medicina no es una rama muy segura... Búscate mejor un pequeño empleo, limpio, elegante y sin riesgos, por ejemplo en bombas atómicas o en cohetes atmosféricos.”4

    Pero todo quedó en agua de borrajas cuando el 30 de octubre de 1947, en Kazajstán, los doctores Gröttrup, Wolf, Albring y Umpfenbach, entre otros, lanzaron el primer cohete soviético donde hasta la torre era gentileza de Peenemünde. Este regalo del Reich de los mil años tiene una curiosa historia: a finales de 1944 el Kremlin ordenó la creación de un departamento especial, dirigido por Georgi Malenkov, para la confiscación de todo equipamiento científico industrial necesario para el desarrollo de la Unión Soviética. Sus comandos especiales no tardaron en desmantelar, hasta la última piedra, las fábricas, institutos de investigación o talleres seleccionados. Si bien es cierto, que uno de los mayores logros fue gracias a que el comandante Vavilov no cumplió la orden de destruir Peenemünde cuando vio lo que realmente había allí: V-1, V-2, cohetes antiaéreos, rampas de lanzamiento; y otro fue el descubrimiento, por el coronel Vladimir Chabinsky, del Complejo de las Armas Maravillosas de Mittelwerke donde los soviéticos se dieron un auténtico festín de talleres, salas de montaje, cohetes y documentos ante los sorprendidos ojos del mismísimo mariscal Zhukov que había aparecido para verlo. Pero los rusos también encontraron en las montañas del Hartz documentación y abundantes equipos técnicos; en Nordhausen encontraron los planos de los submarinos de Hellmut Walter; en Jena los laboratorios Zeiss y el Instituto de Física; la fábrica aeronaútica de Siebel en Halle; las fábricas de Heinkel en Warnemünde y Oranienburg; el Instituto de Propulsión de Cohetes en Bleicherode; las fábricas de Messerschmit en Wiener Neustadt; la fábrica de Arado en Balsberg y así hasta los dos tercios de la industria aeronáutica germana que los americanos regalaron a los soviéticos mientras el señor Churchill, con toda razón, perjuraba. 
    Tenían un desarrollo tecnológico realmente espectacular entre las manos cuando los rusos se dieron cuenta que sus creadores habían desaparecido y eso era un grave problema. Comenzaba una búsqueda cuyo primer fruto llegó el 15 de junio de 1945 cuando localizaron a Hans Kuhl, experto en la dirección electrónica y los controles de las V-2, al que pronto se le unieron camiones llenos de técnicos alemanes localizados de puerta en puerta por todo el país y por todos los campos de concentración y de desplazados para poner de nuevo en funcionamiento el instituto de Bleicherode, los laboratorios de GEMA en Berlín, las fábricas de aeronáutica, electrónica e incluso la Krupp. 
    En este clima el presidente Truman comprendió que tener a salvo únicamente a ciento veintisiete de los cinco mil científicos de Peenemünde era bastante poco o, al menos, demasiada gentileza hacia los soviéticos y ordenó, en 1946, la importación de mil sabios antes de que las puertas de los campos de concentración de Garmisch y Witrenhausen se abrieran y los rusos terminasen, si se me permite, las rebajas del siglo. Aun así los rusos consigueron no solo a Hellmut Gröttrup, Waldemar Schierhorn, el doctor Albring, Mochen Umpfenbach, Mueller, Hoch y Magnus, sino también a otros cinco mil técnicos y sabios germanos que permitieron la resurrección del Fénix a las nuevas órdenes del Kremlin. Peenemünde, es decir, la Zentralwerke reanudó la construcción de la V-2, miles de ellas; y las instalaciones subterráneas de Niedersachwerfen fueron pronto el mejor instituto para que los científicos soviéticos aprendieran su nueva tecnología.
    El 21 de octubre de 1945 los rusos pusieron en marcha noventa y dos trenes, muy especiales, rumbo al Este con unas veinte mil personas, sabios, técnicos y familiares de la industria militar. Era el cargamento, laboriosamente engarzado, que sería el origen de la nueva industria militar rusa de cohetes y aviones a reacción, principalmente. Stalin en persona ordenó que se les instalase en los mejores barrios residenciales que tenían, requisados al efecto, claro, para asegurarse su necesaria laboriosidad científica en unos complejos que mientras montaban les resultaron muy familiares, más concretamente eran los de Niedersachwerfen y Bleicherode. 
    Así, cuando el 30 de octubre de 1947 la URSS lanzó su primer cohete, Stalin no tardó en reunir a Molotov, Beria, Malenkov, a su hijo Vassili Stalin, los mariscales Vorochilov y Voznessenski, el coronel Serov y el teniente coronel Tokayev para analizar una de las armas más aterradoras del III Reich y que hacía las delicias de Stalin: el avión cohete. Este ingenio volante desarrollado en 1944 por el doctor Sänger e Irene Bredt, posteriormente su mujer, cuyos estudios y planos fueron posibles gracias a una copia que los rusos encontraron en la librería de uno de sus nuevos sabios. Con ese avión y la bomba atómica en la cabeza de Stalin no debe sorprendernos que el Padre de Rusia ordenase la captura de Sänger a cualquier precio. Afortunadamente el secuestro fue abortado. Pero en 1947 Stalin volvió a sonreír; los nuevos súbditos del Mar Negro le presentaron los planos del cohete R-10, tres veces más grande que las V-2, con el que se brindarían por la luna. Durante dos años, con la ininterrumpida presencia de científicos rusos, se puso a punto el proyecto. Así, en abril de 1949, los rusos le hicieron un nuevo encargo que pronto, los sabios alemanes, relacionaron con los planes atómicos del barón von Ardenne: un cohete R-14 con un alcance de tres mil kilómetros y una onda destructiva de tres toneladas. Los nuevos cohetes soviéticos pronto se instalarían en Estonia y en los Urales, pero ya lo harían esos científicos que habían estado dos años, día tras día, mirando por encima de sus hombros. Los alemanes, como regalo de despedida, también les desarrollaron el R-14 en 1950, y tres años después les dejaron volver a casa. Poco a poco el mundo vio que Gustav Hertz no había muerto y que el barón von Ardenne era el nuevo príncipe de la Alemania Oriental. Pero en 1954 también se conoció la libertad de otro grupo que había hecho realidad la aviación a reacción y que había estado en Podberezie, al norte de Moscú, donde a finales de 1946 ya vivían unos dos mil especialistas con todas sus familias. Y otra vez, los sabios se encontraron montado todo el material que habían abandonado en Berlín, Leipzig, Oranienburg o Dessau.
    Era el comienzo de la flota aérea de bombarderos estratégicos de la Unión Soviética. Así, bajo las órdenes del coronel de las SS Ferdinand Brandner crearon en 1950 un turborreactor de 6,000 caballos; y otro de 12,000 caballos (gentileza de la Junkers y la BMW) que acabaron montados en el Tupolev 20, el gran bombardero atómico soviético. Con ello se ganaron la libertad en 1954 ochocientos alemanes más. El estado mayor soviético comprendió que sus nuevos bombarderos atómicos necesitarían una escolta de cazas supersónicos, pero ninguno de los especialistas alemanes que había en Rusia podía hacerlo; los rusos no se complicaron mucho: comenzaron una nueva razzia sobre las personas del profesor Siegfried Gunther y el doctor Benz que no duró ni veinticuatro horas. Lo más curioso es que Gunther, creador del Heinkel 111, 100 y del 162 Volksjäger, se presentó voluntariamente a los americanos y estos lo rechazaron. Cuatro años después los americanos recordarían ese momento cuando estalló la Guerra de Corea y apareció el MiG-15 soviético para el combate. 
    Ahora viene la pregunta: ¿cuál creen que era la diferencia entre el Sabre F-86, americano, y el MiG-15? No se preocupen. Tan solo que el Sabre tenía un distintivo azul en sus alas mientras que el del MiG era rojo. Sí, tal como lo acaban de leer. Los mismos planos, las mismas técnicas, los mismos sabios, los mismos motores... Solo era cuestión de tiempo para que alguna de las cientos de armas, aviones y submarinos capturados por todos los aliados entre las cenizas del III Reich terminaran enfrentándose en alguno de los campos de batalla intermedios de la Guerra Fría. Los Heinkel 178 con 

[...] idéntica disposición que la adoptada luego por estadounidenses y soviéticos en sus F-86 Sabre y MiG-15 respectivamente, [...] mantuvieron los primeros duelos del mundo, entre jets de caza, en los cielos de Corea.5

    Para finalizar en lo referente a las acciones soviéticas, debemos recordar el escándalo que sacudió a Alemania Federal en 1978 cuando al desertar el teniente Werner Stiller, de la inteligencia de la Alemania del Este, identificó a un grupo de espías muy particular: 

La mayoría de ellos eran científicos: Alfred Bahr, que trabajaba como físico en Munich, en la división de energía solar de la planta aeroespacial Messerschmitt Bolkow-Blohm; Karl Hauffe, director del departamento de química orgánica en la Universidad de Gotinga; Günther Sanger, ingeniero de la compañía de electrónica Siemens; Gerhard Arnold, ejecutivo de una compañía fabricante de ordenadores en Munich, y Johannes Kope, físico nuclear.6

    Eran parte de la Dirección Científica de la KGB.

EL PROYECTO POLÍTICO DE NASSER

Nasser contrató algunos sabios alemanes, según denunció Israel y la prensa internacional, para construir armas atómicas y bacteriológicas. La ministra de Exteriores israelí Golda Meir pidió al gobierno de Alemania Occidental que hiciese volver a sus sabios, pero la RFA no podía más que condenar las acciones de sus científicos; el gobierno israelí hablaba de rayos de la muerte, obuses químicos, ojivas radioactivas y gases venenosos con nombres, apellidos, direcciones y el lugar de los emplazamientos secretos. Lo más increíble, como demostraron los servicios de inteligencia israelíes, es que fueron contratados gracias a un anuncio en los periódicos alemanes en 1958 donde se buscaba especialistas aeronáuticos para trabajar en África del Norte. El Cairo, tras su independencia de Gran Bretaña, pronto enroló a todos los militares alemanes en su nuevo ejército y en 1951 apareció el general de artillería Wilhelm Fahrmbacher con cuarenta oficiales de diversas armas: blindados, paracaidismo, comandos, armada, aviación y un grupo de técnicos para sus centros de investigación. 
    No tardó en conformarse un barrio, Heliópolis, cuyos residentes eran habituales en la cervecería egipcia Löwenbrau. El grupo, además, comenzó un proyecto para desarrollar cohetes de pequeño calibre donde se enrolaron Rolf Engel y Paul Goerke, este último especialista de Peenemünde que realizó el cohete Verónica francés, pero la Guerra del Sinaí impidió el desarrollo de los cohetes y propició la ida de los alemanes. 
    El fracaso de CERVA no impidió que Nasser siguiera soñando con unos cohetes que acabasen con la superioridad aérea israelí sin los elevados costes del material soviético; este fue el momento en que se publicó el famoso anuncio en los periódicos alemanes cuyo primer éxito fue la llegada de un antiguo coronel de las SS, que tras haber construido el Tupolev 114, con el motor más potente del mundo, se encaminaba a El Cairo poco después de su liberación, en 1954, al no poder encontrar trabajo en Europa. Pero es más, ya en 1959, el célebre ingeniero Willy Messerschmitt que estaba construyendo los 104 para la OTAN desde sus fábricas de Alemania del Oeste, España, Austria y Suiza, celebró una reunión con los representantes enviados por el gobierno egipcio, encabezados por el ex-jefe de los servicios secretos del aire Aldin Mahmud Khalil, que permitiría que el nuevo comando caza-sabios hiciese el agosto con los sabios que acababan de llegar del Mar Negro, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña y que descubrieron que todo su ingenio en aviones a reacción, carburantes para cohetes, misiles y demás adelantos estaba prohibido en su país. 
    Así, los genios de la Technische Hochsdule y otros institutos se dirigieron a Baviera a encontrarse con Eugen Sänger que dirigía el Instituto de Propulsión a Reacción y al cual los egipcios le habían dado la jefatura del programa espacial de la Ciudad Prohibida al que pronto se integrarían los tres científicos que le habían ayudado en el proyecto francés Verónica: Pilz, Goerke y Kleinwachter. 
    En 1960 la Löwenbrau se quedó pequeña para tanto alemán y se creó un nuevo centro, en el desierto, donde empezaron a trabajar, Brandner, Waldermar Schierhorn, el doctor Naye, Messerschmitt y quince especialistas suyos como Fritz-Hentzen y Spiess; Sänger, con Pilz, Goerke y sus alumnos del instituto de Stuttgart. Con un equipo de semejante calibre pronto se empezó a oír la vieja canción de las Armas Maravillosas, ahora en Egipto, bajo los indicativos 36, 135, 333... 36 era la fábrica de Messerschmitt, que construía los fuselajes de la nueva aviación a reacción; 135 era la fábrica de Brandner, que construía los motores; y la 333 de la cual solo se sabía que estaba en Heliópolis; las tres instalaciones eran dirigidas por Herr Doctor Mahmud, Aldin Mahmud Khalil, desde el cuartel general de El Cairo. Desde el principio comenzaron a construir el Heinkel 200, el cohete táctico con alcance de 100 km y la V-2 que volvían a desarrollar Sänger, Pilz y Goerke. Pero Nasser por fin comprendió que Egipto no podía darle a sus nuevos genios las piezas y los materiales ultramodernos que estos le pedían. 
    Así nació una pequeña empresa muniquesa llamada INTRA que compró ciertas patentes de motores e instalaciones eléctricas de cohetes y cuyo director era el doctor Heinz Drug, antiguo oficial alemán; la filial española de Messerschmitt pronto comenzaría a trabajar con la compañía hispano-suiza de Zurich; y la firma de motores y turbinas MTP pronto llamó a la puerta de la nueva INTRA. El conglomerado que había montado Hasan Kamil para que los servicios secretos pudieran transportar toda la tecnología necesaria: carlingas, asientos eyectables e incluso el gran sabio aeronáutico Kurt Tank que volvió a Alemania tras la construcción del Pulqui 2 en Argentina y de la India donde fabricó el Hindustan HF-24. Gracias a Tank se produciría una gran curiosidad en el mundo de la colaboración científico-militar entre dos países como Egipto e India; es decir, como las pruebas de los motores egipcios iban muy lentas se pidió a Tank que trajese uno de sus motores para acelerar el avión Heinkel 300, y con ello, una colaboración que puso a disposición de estos países toda la tecnología que sus sabios habían creado para Hitler, Stalin y Perón.
    El proyecto político de Nasser pronto fue afrontado por Israel cuando lanzaron el Shavit 2 (realmente era el primero aunque los egipcios no lo sabían) y contestado con un nuevo incremento del trabajo alemán para Nasser cuando en 1956 los israelíes descubrieron los oscuros asuntos del Instituto de Stuttgart para la Propulsión de Cohetes con El Cairo, lo que provocó que el gobierno de Bonn, a instancias de Israel, ordenase a Sänger volver a la RFA. Lo hizo como jefe del Centro de Estudios para la Aviación, que fue un duro golpe a la fábrica 333 en la cual siguieron Pilz y Walter Achuran, desoyendo a Bonn, de manera que el 26 de julio de 1962 terminó alumbrando los dos cohetes, el táctico y la V-2, que Nasser mostraba tan orgulloso en el desfile militar que montó antes de lanzarse a Al Zafir, El Vencedor, y el gran Al Kahir, El Conquistador, cuyo alcance llegaba hasta el sur de Beirut. Israel no lo dudó, no podía permitirse que los Herr Doctor pudiesen mejorarlos y ponerlos en el centro de la diana: en 1962 el director de la MTP y la hispano-suiza (MECO) salvó la vida porque no llegó a coger el avión privado que se estrelló con su mujer dentro; tres meses después el director de la INTRA, Heinz Drug, fue secuestrado; la secretaria de Wolfgang Pilz en la 333 sufrió graves heridas al abrir un paquete postal; al día siguiente, 28 de noviembre, otro paquete dirigido a la 333 mató a cinco funcionarios egipcios; el 29 de noviembre aparecieron otras dos bombas; en febrero de 1963 intentaron matar al doctor Hans Kleinwachter en Lörrach, lo que acabó con la detención de dos agentes israelíes, Joklik y Ben-Gal. 
    El mensaje era claro: o los sabios dejaban sus trabajos en El Cairo o Israel se aseguraría de neutralizarlos. La guerra secreta contra los sabios era la apuesta a jugar porque Pilz y Goerke salieron en la televisión egipcia, de espaldas, para asegurar que terminarían su trabajo. De por sí tensa, la situación se complicaría aún más cuando los servicios de inteligencia israelíes descubrieron que Herr Wilhelm Groth, experto en producción de Uranio, que había estado en poder de Alsos, había comenzado a negociar sus oficios para Nasser; que Mathilde Rosenfleder y otros científicos químicos acababan de llegar a Egipto; y que posiblemente ya estaban allí el doctor Hans Eisele, huido de Alemania en 1958 durante el juicio sobre sus experimentos en los campos de concentración. Israel tomó la decisión de “contactar” con el ex-oficial Otto Frank Juklik gracias al cual pudieron comprender la que se avecinaba:

[...] los sabios alemanes preparaban en Egipto “una bomba atómica pobre” con restos de estroncio 90 y de cobalto 60. Estos elementos radiactivos, esparcidos por el territorio israelí, podrían contaminar el suelo y la atmósfera durante meses. Él mismo, decía Joklik, había estado encargado de suministrar a Pilz y a sus colegas grandes cantidades de estas materias.7

    Todo saldría a la luz en el juicio que se había abierto en Basilea contra Ben-Gal y Joklik por la denuncia de amenazas presentada por Heide Goerke, la hija, que acudió a una reunión, en junio de 1963, tras informar a la policía. Cuando la opinión pública comprobó que el entramado industrial germano-egipcio había obtenido todo lo necesario para crear 400 cohetes tipo 2 y 500 del tipo 5 de la fábrica 333 antes de 1970, entendió la contundencia de Israel y aprobó la puesta en libertad de los dos acusados. No mucho después, el Secretario de Estado Adjunto norteamericano, Averell Harriman, aumentó la angustia afirmando que los soviéticos retomarían el puesto en la 333 si se expulsaba a los alemanes. La solución no era tan fácil.

CONCLUSIONES

Durante la Segunda Guerra Mundial Alemania produjo tal revolución científica en el ámbito tecnológico-militar que durante la postguerra perdió miles y miles de sabios que fueron capturados, secuestrados o contratados por todas las potencias victoriosas a medida que iban descubriendo artilugios e instalaciones, inimaginables hasta entonces. Por todo ello, si me lo permiten, podemos afirmar que el temible y portentoso genio científico alemán, desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial, continuó asombrando al mundo tras la caída del Reich de los mil años, gracias al enfrentamiento político, económico, social, cultural, científico y militar que se desarrolló durante la Guerra Fría.

BIBLIOGRAFÍA

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Bar-zohar M y Mishal N. Las grandes operaciones del MOSSAD, Galaxia Gutenberg, Barcelona (2013)
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Cornwell J. Los científicos de Hitler: ciencia, guerra y el pacto con el diablo, Paidós, Barcelona, Paidós (2005).
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Romaña JM. Armas secretas de Hitler: la extraordinaria historia de la Revolución Tecnológica Nazi que pudo cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial, Nowtilus, Madrid (2009).


NOTAS

1      Bar-Zohar M. A la caza de los sabios alemanes Plaza & Janes, Barcelona (1967) p. 97.
2     Cornwell J. Los científicos de Hitler: ciencia, guerra y el pacto con el diablo, Paidós, Barcelona (2005) p. 410.
3     Idem, p. 328.
4     Bar-Zohar M. A la caza de los sabios alemanes, Plaza & Janes, Barcelona (1967) 252. 
5     Romaña JM. Armas secretas de Hitler: la extraordinaria historia de la Revolución Tecnológica Nazi que pudo cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial, Madrid (2009) p. 44.
6     Bittman L. El KGB y la desinformación soviética: panorámica desde el Interior, Editorial Juventud, Barcelona (1987) p. 300.
7     Bar-Zohar M. A la caza de los sabios alemanes, Plaza & Janes, Barcelona (1967) p. 353.

 

Francisco Javier Ruiz Durán.
Universidad de Extremadura, España
pacobadajoz@hotmail.com

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