Es indigno que me sometas a todo tipo de comparaciones y metáforas. – ¿Don Pablo? – ¡Metáforas, hombre! – ¿Qué son esas cosas? El poeta puso una mano sobre el hombro del muchacho. – Para aclarártelo más o menos imprecisamente, son modos de decir una cosa comparándola con otra. – Deme un ejemplo. Neruda miró su reloj y suspiró. – Bueno, cuando tú dices que el cielo está llorando. ¿Qué es lo que quieres decir? – ¡Qué fácil! Que está lloviendo, pu’. – Bueno, eso es una metáfora. – Y, ¿por qué, si es una cosa tan fácil, se llama tan complicado? – Porque los nombres no tienen nada que ver con la simplicidad o complicidad de las cosas. Según tu teoría, una cosa chica que vuela no debiera tener un nombre tan largo como mariposa. Piensa que elefante tiene la misma cantidad de letras que mariposa y es mucho más grande y no vuela – concluyó Neruda exhausto
Antonio Skármeta, El cartero de Neruda
* Trabajo presentado en el VII Coloquio de Neurohumanidades Mente Cuerpo: Diálogo Multidisciplinario en el 70 aniversario de José Luis Díaz Gómez, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 20 de marzo 2013
El vocablo proviene del griego μεταφορά y significa, traslación, en realidad en su raíz más íntima significa meta, más allá y fero, llevar, es llevar la voz más allá de su significado original pero, diría yo, en paralelo a la idea primigenia. Un término que se relaciona con la analogía y la rebasa en el aspecto que aporta un concepto para entender un proceso que por su complejidad o su falta de definición necesita de esta prótesis constructiva para su entendimiento. Dicho esto, pareciera que el pensamiento, este producto o consecuencia de nuestro arreglo neuronal que nos provee –entre otros– del instrumento para comunicarnos con nosotros mismos, tiene en su repertorio semántico una figura, la metáfora, con la cual podemos aproximarnos o intentar comprender atributos, conceptos y categorías que nos ayudan a entender fenómenos complejos como el de la conciencia. En este sentido he buscado en el libro de La conciencia viviente de José Luis Díaz1 algunas de las metáforas que utiliza para dar explicación a ciertos fenómenos cognoscitivos y de la conciencia. Una de las primeras metáforas aludidas en el texto (p. 32) se refiere a que la “conciencia se puede conceptuar como una ventana en el tiempo presente de escasa duración, ventana que ilumina parte del devenir vital”. Esta ha servido para determinar un marco (ventana, escenario, en este punto me viene a la memoria el concepto de teatro cartesiano donde se lleva a cabo una representación de actos, de nuestros actos), finalmente un espacio donde transita el tiempo y que determina el fugaz ahora, para que en instantes perceptuales o milisegundos fisiológicos se convierta en pasado y ese vacío virtual sea llenado por el futuro, lo que venga. La siguiente está proporcionada por el mismísimo Heráclito con su aforismo “nadie se baña dos veces en la misma agua del río” que en realidad podría tener varias interpretaciones, metafóricamente hablando, como:
[...] lo efímero de un acto sobre un escenario aparentemente constante o con otra constante de tiempo (el río en el verano o el río de invierno) o el acto de caminar hacia el río y que al agua golpee y rodee nuestro cuerpo, desde nuestro estatismo o, quizá desplazarnos con el agua y el devenir y el pasado solo se determine con un giro de mirada de 180o.
¿La metáfora puede ser polivalente?, ¿algo con diversas interpretaciones puede ser un instrumento, al menos utilizable en la ciencia cognoscitiva? Pareciera ser que sí, en literatura esta figura es puramente contextual; de hecho, es el contexto lo que hace a las metáforas, cuando bien hechas, bellas e inteligentes, también en el más estricto sentido etimológico del último término: entre leer el paralelismo que queremos poner de manifiesto. Pero qué pasa cuando es usada no nada más como recurso poético o didáctico, sino como un verdadero instrumento, aparentemente generado desde nuestro pensamiento, para facilitar el entendimiento. Regresemos al texto de Díaz. La segunda metáfora está dada en el apartado de los cuatro niveles de conciencia (p. 42); Díaz apunta que además de la metáfora del río temporal, en el plano horizontal existen niveles verticales constituidos por cuatro escalones, el básico dado por el ensueño, el segundo la vigilia habitual, el tercero la autoconciencia y finalmente en el cuarto el éxtasis; es decir, tenemos ahora un edificio de cuatro pisos que está rodeado por agua que se aproxima a él, pasa por él y lo deja. A esto podemos agregar elementos concéntricos desde donde el individuo observa la otredad con diversos tipos de atención y en un siguiente paso ese núcleo individual reacciona a la realidad externa con una secuenciación y un patrón de movimientos que a su vez constituyen conductas pautadas (p. 100). Como podemos intuir, si yo iniciara el relato a partir de las metáforas descritas, es decir en sentido inverso, muy probablemente el instrumento perdería su nivel explicativo; más aún: generaría un Frankenstein irreconciliable con el entendimiento, lo que indica que posiblemente la metáfora tenga vectorialidad –una fuerza, una magnitud y un sentido, sobre todo un sentido– e implica la existencia de un orden explicativo sin el cual es fácil perderse y finalmente perderla como instrumento de entendimiento. Quiero ocuparme de otras dos metáforas utilizadas por Díaz y que creo son algunas de sus aportaciones más significativas al problema de la conciencia. Esta se encuentra en el apartado “La pirámide neurocognitiva y la emergencia de la conciencia”, inicia con el argumento multicitado de los universos paralelos, y con esto me refiero al universo cerebral, pieza anatómica que en el hombre se circunscribe a más o menos 1,400 gramos y que contiene algo así como 1012 neuronas; versus el universo galáctico de nuestra carretera lechosa, con igual o parecido número de estrellas; ciertamente, eso de entrada implica inmensidad, pero cuando se habla de las conexiones entre ellas las cosas se convierten en verdaderamente complejas. Esto hace que la metáfora se metamorfosee y devenga en una super computadora, que por supuesto rebasa en mucho la potencia –por solo citar algún atributo– de las construidas por el hombre; esto desgraciadamente tiene una trampa, estas dos complejidades en realidad tienen naturalezas distintas, una está en el campo de la física y el contexto de las altas energías, la otra se da ciertamente en un entorno con un campo físico, pero es de otra, o tiene otra naturaleza: la biótica con otros determinantes y reglas para su existencia y desarrollo. Finalmente, es así como se plantea otra construcción, en este caso piramidal, donde en la base de la pirámide está representado el nivel atómico, el molecular en el segundo escalón, el celular y así hasta llegar al orgánico, el cual tiene al mismísimo ojo de Big Brother y claro está es la cúspide de la construcción, percatándose de sí mismo y de lo demás. Pero como apunta Díaz las paredes de la pirámide, que es cuadrangular, también tienen representaciones en el ámbito de su estructura (anatómico), bioeléctrico (funcional), engrama (memoria) y todo esto interrelacionado. Por último tomaré un ejemplo de la naturaleza que Díaz utiliza para a su vez ejemplificar las propiedades emergentes que conforman los procesos de conciencia, es decir un hecho o fenómeno natural que es el movimiento de las parvadas, o mejor dicho el fenómeno de sincronización de este movimiento con la sincronización del accionar neuronal, que en última instancia produce el fenómeno emergente de la conciencia. Esto, en sí mismo es lo que llamaría la metáfora de la metáfora. Retomando el título del ensayo: ¿instrumento de la inteligencia o mecanismo de la conciencia? Habría que decir que para dar una explicación de algo en primera instancia debemos conocer al sujeto de dicha explicación, entre más conozcamos de él, la explicación reflejará mejor la esencia del sujeto. En un texto previo sobre el fraude científico2 y realizando una analogía: Acoto...
[...] diría que el quehacer científico es una actividad que tiene como esencia la búsqueda de la verdad; entendiéndose como verdad la resultante de comparar el modo de operar de la naturaleza con un constructo intelectual –teórico o empírico– inherente al observador, que se lleva al cabo mediante pasos y reglas que mencionamos antes y que es lo que comúnmente denominamos como método científico. Es en la medida que esta comparación se acerca a la identidad, que estamos más cerca del concepto de verdad...
En realidad la metáfora es en primera instancia un instrumento del intelecto que nos ayuda a entrar y comprender situaciones, hechos o mecanismos pobremente elucidados y que por medio de ella los convertimos en una especie de pasacaglia, es decir en una tonadilla común, un referente para muchos o para todos con el cual se puede transladar una idea, que no explica a la primera naturaleza, pero me acerca, mediante un concepto previamente introyectado o parcialmente entendido. El siguiente paso parecería que es convertirse en parte de un mecanismo consciente de reflexión que comenzamos a utilizar como referente en el pensamiento: sería el río del tiempo visto por Heráclito, Newton o Einstein, donde el río es el tiempo pero la velocidad hace la diferencia, sí, la velocidad del agua, o será que el río no se mueve y son las orillas las que cabalgan... Paradójicamente, Steiner3 plantea al pensamiento como omnipresente en el individuo y sitúa a los mecanismos del pensamiento, incluso como un fenómeno prelingüístico, de ahí que manifieste que el pensamiento queda atrapado en la cárcel del lenguaje y por tanto la expresión o ejecución del mismo queda mutilado, o como él mismo señala, inexpresado, salvo por el proceder de unos cuantos humanos capaces de la concentración, la inducción y conducción del río de ideas donde la metáfora de forma muy eficiente surge como la palanca que posiciona a las ideas que a la postre se convierte en un mecanismo vivo, funcional y vigente para la construcción de conciencia.
LECTURAS RECOMENDADAS
1 Díaz JL. La conciencia viviente. Fondo de Cultura Económica (2008). 2 Pellicer F. Apuntes sobre el fraude científico. Elementos 6 (2006) 23-29. 3 Steiner G. Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, Colección Cenzontle. Fondo de Cultura Económica, Ediciones Siruela, México (2007).
Francisco Pellicer Dirección de investigaciones en Neurociencias Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz México D.F. pellicer@imp.edu.mx
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