La razzia cósmica de David Lorente



Julio Glockner Rossainz
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LA RAZZIA CÓSMICA
UNA CONCEPCIÓN NAHUA SOBRE EL CLIMA,
DEIDADES DEL AGUA Y GRANICEROS 
EN LA SIERRA DE TEXCOCO
David Lorente
Publicaciones de La Casa Chata, CIESAS-UIA
México, 2011

 

    Entendida en su sentido más amplio la antropología no es solo una disciplina humanista, es también y sobre todo, una sensibilidad, que se cultiva discretamente en sus inicios y que termina por conducirnos a la exploración de otras maneras de pensar y vivir el mundo, ajenas a nuestros referentes culturales.
    La experiencia antropológica es fundamentalmente la experiencia de lo que Octavio Paz llamó la otredad y no conduce, necesariamente a la antropología como disciplina académica. Es el caso, por ejemplo, de Paul Gauguin, quien resolvió su experiencia con la cultura tahitiana pintando esos magníficos cuadros mientras entraba en cuerpo y alma en la vida de los nativos. La gradual desoccidentalización que experimentó en su persona quedó descrita en ese magnífico libro que es el Diario de un salvaje. Otros, como Levi-Strauss o Curt Nimuendajú, por mencionar dos casos excepcionales, escribieron libros de una conmovedora sabiduría después de sus respectivas estancias de meses y décadas entre los indios de América del Sur. Otros más optarán, como Murdock, el etnógrafo de Borges, por renunciar a la tesis de doctorado en un acto de incondicional lealtad a los secretos que le fueron revelados por los indios de Norteamérica. Otros, en fin, buscarán la inversión de los papeles entre la antropología y la magia, como bien observó Octavio Paz en el prólogo a Las enseñanzas de don Juan, un camino que lanzó a Carlos Castaneda a una aventura filosófico-literaria de gran repercusión en la cultura contemporánea. 
    Cada cual encuentra en el arte, la academia científica o la etno-ficción un modo de procesar esa experiencia, digamos así, fundacional, que abrió en su mente un persistente interés por otras culturas. David Lorente eligió el camino inverso del Fred Murdock de Borges y decidió escribir una etnografía, que resultó ser una magnífica etnografía de las comunidades campesinas de origen nahua que desde hace siglos habitan la Sierra de Texcoco.
    El trabajo de campo realizado en los pueblos de Santa María Tecuanulco y Santa Catarina del Monte se tradujo en el gradual descubrimiento de una manera de concebir el cosmos, es decir, la existencia en su infinita alternancia de vida y muerte, que comprende a todos los seres animales, vegetales, minerales y espirituales, a los humanos y los objetos que ha producido, todo inmerso en una lógica de reciprocidades denominada, con precisión etnográfica, “el tiempo”. Esta noción tenía, hasta antes del trabajo de Lorente, una connotación climática: era un sinónimo de temporal. Pero el libro que aquí comentamos abre una perspectiva que convierte el concepto tiempo en una compleja y dinámica dimensión existencial. Esta es la principal aportación de La razzia cósmica no solo a la etnografía, sino a la reflexión sobre la cosmología nahua. 
    El tiempo, dice el autor, es una etnoteoría nahua sobre la vida... es englobante, es un gran ciclo cósmico en el que confluyen diversos ejes, como la noción –humana o no– de persona, los procesos de salud y enfermedad, la circulación global de sustancias, la definición de comunidad y una amplia serie de concepciones relativa a la categorización de los seres y a la utilización de las ofrendas; se trata, en suma, de una formulación que remite a los aspectos más determinantes de la memoria histórica nahua y de la identidad colectiva. Esta propuesta, formulada en cierto nivel de abstracción, adquiere más precisión cuando Lorente define el tiempo como el mecanismo mediante el cual el mundo funciona ordenadamente y se reproduce. Su base se halla –dice– en la naturaleza carencial del inframundo, donde habitan los ahuaques, es decir, los “dueños del agua”, pequeños seres llamados también “duendes”, que son espíritus humanos deificados. Es un lugar donde la riqueza se acumula provisionalmente y, en consecuencia, tanto los seres como los objetos que la pueblan necesitan ser renovados constantemente. 
    ¿Cómo se lleva a cabo esta periódica renovación? Robando de la superficie terrestre todo aquello que los ahuaques requieren para su alimentación y bienestar. Es un saqueo, una razzia, una captura sistemática de esencias, aromas animales y vegetales, de espíritus humanos y objetos e instrumentos de todo tipo que irán a habitar y ocupar un lugar en un mundo muy semejante al nuestro.
    Espíritus y esencias transitan al interior de los manantiales, dispersos en la Sierra de Texcoco, y de este modo el inframundo se recrea. Su permanente renovación permite un movimiento inverso, de reciprocidad hacia la tierra, con las donaciones de lluvia y flujos de agua terrestre que los ahuaques realizan en beneficio de los campos de cultivo humanos. De este modo, el desarrollo de la vida en la tierra sostiene el del inframundo y la vida de los ahuaques sustenta la vida terrestre. Uno representa la razzia cósmica –concluye Lorente– otro, la retribución fecundante: ambas integran el tiempo.
    El mundo de los ahuaques, como era de esperarse, tiene campos de cultivo, principalmente de maíz, hortalizas y frutales, pero también ciudades donde circulan autos y transportes colectivos, hay luz eléctrica y un metro en permanente construcción, edificios, policía, escuelas y trabajadores de todo tipo, todo en una diminuta dimensión. El acceso, repito, son las puertas del sueño que conducen a los fondos acuáticos, solo quien posee el don y un adiestramiento onírico puede llegar a estos lugares a solicitar lluvias u otros favores, resolver algún problema o rescatar un espíritu atrapado por los ahuaques.
    Ese mundo está gobernado por dos deidades con fuertes resonancias prehispánicas: el rey Tláloc Nezahualcóyotl y la reina Xóchitl, en cuya presencia en el fondo de los manantiales se evoca a los antiguos tlaloques, a Chalchiuhtlicue y a Xochiquetzal. Otro mérito del libro de Lorente es el seguimiento, a partir del dato etnográfico, de las líneas etnohistóricas que vinculan a los actuales Dueños del agua con las deidades mesoamericanas. Llama la atención que con la excepción de Santa Bárbara, mencionada en las oraciones del tesiftero don Cruz (y santa Cecilia, patrona de los músicos) no hay vínculos significativos con el santoral cristiano. Me pregunto si la reina Xóchitl no estará asociada de algún modo a santa Catalina de Alejandría (en el hipotético caso de que sea la patrona de santa Catarina del Monte: Catalina viene del griego kataros, que significa “puro”) Hay algunos elementos que pueden motivar esa asociación: Catalina era una reina, unida en matrimonio espiritual con el niño Jesús y es patrona de los ahogados. 
    El especialista ritual, mediador entre el mundo material terrestre y el mundo espiritual de los ahuaques, encargado de que el ciclo se cumpla de la mejor manera, es el tesiftero o granicero. Vocablo que deriva de tecíhuitl y tecihuero, que significan granizo y granicero respectivamente. Entre sus funciones está la de conjurar las granizadas, pedir la lluvia, curar enfermedades asociadas a la caída del rayo (el susto y la pérdida de sombra), y cumplir ocasionalmente tareas como “aguador” en su pueblo, es decir, participar en el reparto de agua de los pozos y manantiales. En el capítulo dedicado a este personaje nos topamos con la sorpresa de que los tesifteros actuales no se dedican más a pedir la lluvia y que las noticias de los últimos que lo hicieron datan de la década de los setenta del siglo pasado. Don Cruz, el granicero con quien trabajó David, ejerce sus actividades principalmente como curandero, aguador y atajador de granizo. ¿Y cómo es que llueve si no hay quien pida la lluvia? La dinámica misma del ciclo cósmico provee las lluvias siempre y cuando los ahuaques tengan medios de subsistencia, o sea, esencias y aromas alimenticios que se obtienen mediante el saqueo que realizan durante las tormentas, o recibiendo los dones de los graniceros a través de las ofrendas que tienen el propósito de liberar los espíritus humanos que han capturado. Es decir, los ahuaquesproporcionan la lluvia no solo (y quizá ni principalmente) para atender las necesidades humanas, sino en beneficio propio procurando su adecuado abastecimiento.
    El concepto de tesiftero viene a añadirse a una larga lista de nombres que se utilizan en distintas áreas de la región de los volcanes: aureros, teciuhtlazques, tiemperos, quiaclazques, graniceros, pedidores de lluvia, conocedores del tiempo, conjuradores del temporal y misioneros, entre otros. Quizá sea el momento, y el libro de Lorente nos brinda una excelente oportunidad, de analizar a fondo y reflexionar concienzudamente en la posibilidad de unificar criterios en torno a un concepto que comprenda todos los demás, quiero decir, resaltar las características sustanciales de una serie de actividades rituales y estados visionarios que tienen un propósito propiciatorio, terapéutico, adivinatorio y sacramental. El concepto de chamanismo ha causado alguna inquietud y hasta irritación en algunos sectores académicos, pero la verdad es que los argumentos que han expuesto contra su empleo han sido poco consistentes pues se han sustentado más en prejuicios y una especie de nacionalismo conceptual que no aporta gran cosa a la discusión. Es verdad que el chamanismo es un concepto opacado por el manoseo del que ha sido objeto en las distintas corrientes del new age, pero lejos de renunciar a él, debemos especificar y aclarar su contenido y no dejarlo a la deriva de un imaginario charlatán que confunde a quien se interesa en el tema. Un libro como el que hoy presentamos le ofrece al lector común, en un texto fluido y bien escrito, información e ideas bien sustentadas, esta tarea es fundamental porque rompe con el mundito escolar y lleva a las manos del público en general el tratamiento inteligente de temas que son de su interés. 
    El oficio de pedidor de lluvia viene de muy lejos y está presente en las más diversas tradiciones culturales. Ioan Couliano, por ejemplo, refiere que Pitágoras sabía calmar las tempestades y granizadas, así como las aguas de los ríos y el mar. Nos informa también que Empédocles, en el siglo IV antes de Cristo, poseía el conocimiento para desviar los vientos, que encerraba en sacos de cuero mediante sacrificios hiperbóreos al dios Apolo. El gran taumaturgo de la antigüedad prometía a sus discípulos que serían capaces de dominar los vientos, las lluvias, e incluso recuperar del Hades la fuerza, es decir, el alma de los muertos. Una interesante semejanza con las actividades de un tiempero en el México actual. 
    Por último me quisiera referir al capítulo final del libro, en el que David Lorente se pregunta por la transmisión, a las nuevas generaciones, de la información y los conocimientos que contiene una cosmovisión como la que ha expuesto. Y lo resuelve mediante la aplicación de una serie de encuestas en las escuelas primarias, con el sorprendente resultado de que los niños están, en un porcentaje altísimo, que superó el 90%, enterados de la existencia de los ahuaques, su mundo subacuático y las consecuencias que puede acarrear perturbar su paz. Estos resultados alientan un cierto optimismo en el autor, optimismo que creo debe ser matizado si se consideran algunos otros factores, como el fracaso o la ausencia de políticas públicas que atiendan las necesidades de la economía campesina y su sustitución por limosnas institucionalizadas, que han dado al traste con el escaso bienestar que se había logrado en el medio rural, procurando mantener a la población ocupada en las tareas agrícolas. Hay mayor bienestar en algunas zonas, de acuerdo a los criterios de urbanización, pero no se debe al mantenimiento del trabajo en el campo, sino a la migración y al empleo obtenido en las ciudades vecinas o de los Estados Unidos. Hoy la región de los volcanes es, con la Mixteca, una de las mayores zonas de expulsión de mano de obra a la Estados Unidos, mientras se pudren cada año miles de toneladas de fruta en el piso, en espera de un proyecto inteligente que traiga algunos beneficios a los pueblos. Esta lamentable circunstancia me hace pensar en la fragilidad de las tradiciones nahuas en la región y, específicamente en los rituales propiciatorios y terapéuticos asociados a una secular cosmovisión. 
    No me queda más que felicitar y agradecer a David Lorente el haber escrito este fascinante libro, al que le auguro una larga vida y atentos lectores.

 

 
Julio Glockner
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, BUAP
julioglockner@yahoo.com.mx

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