Los caminos de un herbicida peligroso
Licet Olguín-Hernández, María Eugenia Gutiérrez Castillo
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Los plaguicidas sintéticos son sustancias o mezclas tóxicas diseñadas para controlar y matar organismos. Aunque son utilizados en diversos sectores como el industrial, el control de vectores de importancia médica, la silvicultura o en el hogar y los jardines, la mayor parte se destina a la agricultura (Figura 1).
Desde su aparición, el uso de plaguicidas ha ido en aumento en cantidad e intensidad en todo el mundo.
El campo mexicano utiliza al menos 183 plaguicidas clasificados como altamente peligrosos (PAP), de los cuales 140 están prohibidos en otros países (Bejarano, 2017).
Los PAP tienen una o más de las siguientes características: 1) toxicidad aguda alta, lo que significa que personas expuestas a ciertas dosis presentan intoxicación con síntomas casi inmediatos como dolor de cabeza, irritación de ojos, náuseas, vómito, calambres, problemas respiratorios, salivación excesiva y, en casos graves, convulsiones e incluso la muerte; 2) toxicidad crónica, derivada del contacto constante y prolongado con niveles bajos de estas sustancias, que se relaciona con padecimientos como cáncer, diabetes, asma, enfermedad de Parkinson, enfermedades renales, cardiovasculares, problemas reproductivos, endocrinológicos, efectos en el desarrollo neurológico y cognitivo, entre otros; 3) en el aspecto ambiental son bioacumulables y persistentes, esto se refiere a que se acumulan en los tejidos de los organismos y permanecen por periodos relativamente largos en el agua, el suelo o los sedimentos; 4) ser muy tóxicos en abejas u organismos acuáticos; y 5) estar en algún convenio ambiental que regula o prohíbe su uso (Protocolo de Montreal, Convenio de Rotterdam, Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes, etcétera; Bejarano, 2017).
En 2020, la gaceta del Diario Oficial de la Federación (DOF) publicó un mandato presidencial en el que se alertó sobre los efectos nocivos del herbicida glifosato (un PAP) en la salud de las personas, el ambiente y la diversidad biológica y se estableció que su uso debe sustituirse gradualmente, de forma tal que, en 2024, esté prohibido por completo en México. Fue el resultado de varios años de discusión y análisis de información basada en evidencias toxicológicas y epidemiológicas, así como de diversos testimonios y activismo de una parte de la comunidad científica y de la sociedad civil. Aunque hubo gran controversia y un sector agroindustrial, comercial y científico nunca estuvo de acuerdo bajo el argumento de falta de certeza, prevaleció la aplicación del principio precautorio que señala que cuando haya peligro de daño grave o irreversible en la salud humana o al ambiente, la falta de certeza científica absoluta no será razón para aplazar la adopción de medidas que impidan estas afectaciones. Esta prohibición hacia el glifosato consideramos fue positiva; sin embargo, hay que recordar que no es el único plaguicida por el cual debemos preocuparnos.
También es cierto que los PAP no han pasado inadvertidos en nuestro país: en febrero de 2022, la Cámara de Diputados aprobó reformas y adiciones a la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, con el objetivo de prohibir el uso de plaguicidas altamente peligrosos o aquellas sustancias o compuestos prohibidos en tratados internacionales que México ha firmado. Se trata, sin embargo, de un tema aplazado y que no ha sido discutido ni aprobado en la Cámara de Senadores, por lo que los PAP no están regulados y se siguen usando.
En nuestro país, la NOM-082-SAG-FITO/SSA1-2017 es la que regula las dosis y frecuencia para la aplicación de plaguicidas (sin especificar nombres químicos) en cultivos cuyo producto es de consumo humano y establece límites máximos permisibles de residuos (ingrediente activo) o la combinación con metabolitos, derivados y compuestos relacionados. Su limitante es que basa sus estimaciones en información toxicológica de exposición aguda. No obstante, la comunidad científica está actualizando constantemente la información toxicológica de los plaguicidas y se observa que las concentraciones que en tiempos pasados se consideraban como seguras, ya no lo son.
La situación se complica si consideramos que el sector agrícola hace un uso continuo, intensivo y comúnmente poco responsable, lo que contribuye a exposiciones a largo plazo.
El 2,4-diclorofenoxiacético (en adelante 2,4-D) es un PAP de muy amplio uso en los campos mexicanos y en el mundo; se aplica para controlar arvenses (plantas silvestres que crecen en campos de cultivo agrícola y pasturas). Su nombre químico puede no resultar familiar, pero quizá alguno de los nombres con los que se comercializa pueda ser reconocido por el lector: Hierbamina©, Herbipol©, Lucamina©, Esterón©, TordónXT©, Focus©, Banvel©, entre otros muchos. En la clasificación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 2,4-D se ubica en la clase II (“moderadamente peligroso”), y la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) lo coloca en la Clase I o hasta en la Clase III (dependiendo de en cuál de sus formas químicas se encuentra en la formulación: ácido, éster o sal. Esta última es la más tóxica). Asimismo, el Centro de Investigación Internacional sobre el Cáncer (IARC por sus siglas en inglés) lo ha clasificado como posible carcinógeno para humanos; esta categoría significa que hay evidencia limitada en modelos animales experimentales. El 2,4-D está prohibido en Mozambique, Noruega y Vietnam. En su forma de éster no se permite la aplicación vía aérea en Guatemala y recientemente fue prohibido en Argentina. En contraste, otros países, como Canadá, consideran que el 2,4-D cumple con sus normas en salud y estándares de seguridad, y que no aumenta el riesgo de cáncer, siempre y cuando se sigan las instrucciones de la etiqueta; y que, si bien hay reportes de residuos de 2,4-D en la orina de niños canadienses, estos están por debajo de los niveles de riesgo. No obstante, han establecido medidas para minimizar la exposición de usuarios y reducir la liberación al ambiente. Entre ellas, zonas de amortiguamiento para resguardar la vegetación adyacente a las zonas fumigadas, y mejoras en las instrucciones de las etiquetas sobre el manejo y las dosis mínimas efectivas.
El amplio uso de 2,4-D se asocia a su selectividad, eficacia y sobre todo a su bajo costo y fácil acceso. Los trabajadores agrícolas, campesinos y sus familias son el grupo de individuos más expuestos a sus efectos nocivos al estar en contacto directo durante la preparación, aplicación y limpieza del equipo de fumigación; o bien, al realizar labores dentro de los campos (Figura 2). No obstante, la población circundante a los sitios fumigados también puede estar expuesta a través de agua, alimentos o materiales contaminados. A pesar de este panorama, la población tiene poca o nula información sobre este tipo de compuestos.
En este contexto, el objetivo de este trabajo es describir de manera breve y sencilla datos importantes sobre el 2,4-D: ¿qué características posee?, ¿cómo funciona?, ¿qué pasa cuando se aplica en el campo?, ¿cómo entra al cuerpo humano?, ¿qué se conoce sobre sus efectos adversos a la salud humana? La motivación final es esclarecer dudas, identificar vacíos de información y conflictos de interés para apoyar la concientización y discusión pública sobre el controvertido uso de este y otros plaguicidas. Asimismo, contribuir a que la sociedad tome una postura, participe e incida en el desarrollo de una política pública.
UNA HISTORIA TRUCULENTA
El 2,4-D no solo es uno de los plaguicidas más usados, sino también uno de los más antiguos; fue puesto en el mercado en 1946 para uso en diversos sectores (agrícolas, residenciales, industriales, entre otros), pero su origen se remonta a años antes, en el contexto de la investigación militar, en el que se consideraba una posible arma química para destruir los cultivos de los países rivales y, con ello, mermar la producción de alimentos. En la década de 1960 otro uso bélico le fue destinado: fue un componente del “Agente Naranja” utilizado en la Guerra de Vietnam (Bejarano, 2007).
El Agente Naranja, llamado así por el color de las franjas en los contenedores usados para almacenarlo, fue rociado sobre las selvas de Vietnam con resultados desastrosos. Debido a su efecto defoliante, una parte importante de la vegetación de dicho país fue destruida y durante las siguientes décadas (incluso hasta hoy) la población (y también los soldados estadounidenses) han presentado diversos padecimientos y malformaciones que se atribuyen a la exposición a los compuestos químicos presentes en el Agente Naranja (en particular a una dioxina, un subproducto contaminante que contenía).
2,4-D EN ACCIÓN
Al igual que nuestro ya conocido y muy sonado glifosato, el 2,4-D es un herbicida sintético, es decir, una sustancia química diseñada en laboratorio y producida industrialmente con el objetivo de matar plantas. Se considera selectivo porque elimina hierbas de hojas anchas sin afectar a las de hojas largas y delgadas como maíz, trigo, cebada, arroz, caña, pastos, entre otros. La aplicación se puede hacer durante todo el ciclo del cultivo: directamente en el suelo antes de que las semillas germinen (preemergencia), en las primeras etapas después de la germinación (posemergencia) y antes de cosechar (precosecha). También es común que se combine con herbicidas no selectivos para “mejorar” los resultados, y en bajas concentraciones se utiliza para reducir la caída de la fruta antes de las cosechas o para aumentar su período de almacenamiento. También se aplica en zonas con césped como jardines públicos y residenciales, campos deportivos (de golf, futbol, etc.), así como zonas industriales y orillas de caminos, entre otros.
Una vez que se aplica, el 2,4-D ingresa a la planta a través de las hojas, tallos y raíces; viaja por el sistema vascular y se traslada a todos los órganos. Es considerado un imitador de hormonas vegetales porque su estructura y función son análogos a los de una auxina (la fitohormona ácido-3-acético, relacionada con procesos de crecimiento y respuestas a luz y gravedad), lo que provoca la alteración de los procesos fisiológicos de la planta. Como resultado de la exposición a 2,4-D hay crecimiento anormal en las hojas, se deforman y dejan de crecer; las raíces se adelgazan y atrofian; los sistemas conductores se desintegran o bloquean; se detiene la fotosíntesis y la planta muere.
2,4-D EN EL AMBIENTE
Este herbicida tiene alta movilidad ambiental y prolongada vida media bajo condiciones anóxicas (ausencia de oxígeno disuelto, pero en presencia de nitratos); cuando se fumiga no solo queda en la superficie y en el interior de las hierbas que se desea eliminar, sino que la mayor parte se esparce en el ambiente. Las partículas del producto quedan suspendidas en el aire (la concentración depende de la cantidad y frecuencia con que se aplica). El viento las traslada a otros sitios y caen con la lluvia (deposición atmosférica). En el suelo tiene una baja retención, por lo que permanece poco tiempo ahí, sumado a que un grupo específico de bacterias lo biodegradan. Esto depende de las condiciones ambientales, del tipo de suelo y de las poblaciones de microorganismos. Cabe señalar que ser biodegradado no significa que desaparece por completo, sino que se transforma en otros productos (metabolitos), algunos de ellos (como el 2,4-diclorofenol) muy tóxicos para mamíferos y lombrices de tierra. El 2,4-D es altamente soluble en agua, por lo que es arrastrado fácilmente hacia cuerpos superficiales o subterráneos, contaminándolos; incluso puede llegar al mar (Figura 3). Es importante resaltar que se considera nocivo para organismos acuáticos (UNA, 2023).
LA RUTA DEL 2,4-D
Aunque las plantas y el suelo agrícola son los receptores iniciales del 2,4-D aplicado, este llega también a los seres humanos. La forma principal por la que entra al cuerpo de las personas es a través de gotas que caen en la boca o que se inhalan durante la fumigación, así como al consumir agua o alimentos contaminados. La penetración del químico también puede darse por la piel (en menor magnitud), esto por contacto directo (salpicaduras directas en la piel).
Pero, ¿qué pasa una vez que el 2, 4-D entra en el cuerpo de las personas? Luego de que las partículas de 2, 4-D son ingeridas, pasan al sistema digestivo y de ahí a la sangre, donde se unen de forma temporal a proteínas del plasma sanguíneo (albúmina); de esta forma viajan por todo el cuerpo. El 2, 4-D no se acumula en los tejidos y es desechado casi por completo (90 % a 95 % del total) a través de los riñones (por la orina) (Figura 4). Aunque no se acumula en los tejidos, sus efectos sí son potencialmente acumulables y durante su viaje dentro del cuerpo puede causar daños celulares y afectar los tejidos con los que tiene contacto, esto a pesar de que permanece poco tiempo dentro del organismo. Se estima que la eliminación inicia aproximadamente una hora después de haber ingresado y dura alrededor de 24 horas. La intoxicación por 2, 4-D tiene características clásicas de efectos adversos sobre el sistema digestivo, muscular y nervioso. Los síntomas son vómito, mareo, debilidad, rigidez muscular, falta de coordinación, confusión, hipersalivación, diarrea, entre otros.
LO QUE SE SABE DEL 2,4-D, MÁS ALLÁ DEL CÁNCER
Estudios epidemiológicos lo han relacionado con una mayor incidencia de linfoma no Hodgkin (LNH), un tipo de cáncer del sistema inmunológico, pero hay amplias discusiones con respecto a si se trata o no de una relación causal. Sin embargo, este no es el único riesgo, el 2,4-D es un compuesto neurotóxico; en animales adultos de laboratorio, la exposición a 2,4-D ocasionó la degeneración de las neuronas, así como disminución en el grosor del córtex cerebral (materia gris), lo que derivó en alteraciones en la locomoción y en la conducta (incremento de niveles de ansiedad) (Ueda et al., 2021). Además, la teratogenicidad es positiva, esto significa que puede causar anomalías permanentes en el embrión o feto. También es genotóxico (ocasiona aberraciones cromosómicas) y es considerado un disruptor endócrino con efectos reproductivos, ya que provoca anormalidades y afectaciones a la motilidad de espermatozoides, así como una disminución en su producción y, por tanto, problemas de infertilidad. En los riñones puede causar daño celular por saturación; en el hígado induce procesos de muerte celular, y en los pulmones puede contribuir a la aparición de enfermedad obstructiva crónica (EPOC) (Islam et al., 2018). Por otra parte, se ha documentado que altera el metabolismo de lípidos asociado con el de la glucosa, lo cual se relaciona con el desarrollo de enfermedades vasculares como arteriosclerosis y patologías cardiacas a largo plazo. Aunado a esto, algunas formulaciones de 2,4-D de elaboración industrial pueden estar contaminadas con dioxinas cancerígenas.
A MANERA DE CIERRE
El debate en torno a la regulación de plaguicidas es complicado y enfrenta un dilema. Por un lado, el argumento de una mayor productividad y rendimientos en los cultivos como consecuencia de su uso, aunado al temor de pérdidas en las cosechas y afectaciones en el ingreso económico al abandonarlos, sobre todo entre pequeños y medianos productores que dependen de su actividad agrícola para subsistir. Por otra parte, está el riesgo que representan los plaguicidas para la salud humana y la de los ecosistemas. Sin embargo, no se trata de prohibir su uso y dejar a los agricultores a su suerte. Las regulaciones y prohibiciones deben venir acompañadas con planes y alternativas acordes a sus necesidades y contextos. Además, deben incluir aspectos encaminados a fortalecer la organización, las capacidades técnicas (en particular las de agricultores pequeños y medianos), mercados y precios justos para sus productos, sobre todo de aquellos que estén en la transición a disminuir o abandonar los plaguicidas sintéticos. Asimismo, el marco legislativo requiere considerar el manejo integral de los plaguicidas desde su producción y uso hasta la protección de la salud pública y la salud ocupacional, la protección del ambiente y el monitoreo para lograr el cumplimiento de la normatividad.
A pesar de sus casi 80 años en el mercado, de ser el segundo plaguicida más utilizado en el mundo y de la existencia de un considerable número de trabajos sobre este ingrediente activo, aún hay aspectos que se desconocen o no están del todo claros acerca de los mecanismos de toxicidad en el ser humano. Hay que considerar que no solo se trata de limitaciones técnicas o metodológicas, existen grandes intereses económicos y políticos en el tema del 2,4-D y de todos los plaguicidas en general. Estos compuestos representan un gran negocio mundial concentrado en unas pocas compañías. Los podemos ver reflejados en trabajos científicos con conflictos de interés (Matías-Guiu y García-Ramos, 2012; Neumeister, 2014), en los cuales algunos autores que hacen publicaciones científicas en torno al 2,4-D están adscritos o financiados por las grandes compañías.
A pesar de la gran controversia existente y de que ciertos grupos defienden sus intereses, la información disponible revela la necesidad de aplicar el principio precautorio y la regulación de los productos que representen riesgo para la población. La discusión pública sobre estos temas debe continuar, se deben analizar a profundidad todos los elementos importantes: lo científico, lo económico, lo social, pero, sobre todo, privilegiar el bienestar y el derecho a una vida sana. Y justo aquí la aplicación del principio precautorio debería ser un eje rector en cualquier decisión.
AGRADECIMIENTOS
Al doctor José Antonio Santos Moreno por sus comentarios a la primera versión de este trabajo.
REFERENCIAS
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Bejarano F (2017). Los Plaguicidas Altamente Peligrosos en México. RAPAM-CIAD-UCCSRAP-IPEN.
Islam F, Wang J, Farooq MA, Khan MSS, Xu L, Zhu J, Zhao M, Muños S, Li QX and Zhou W (2018). Potential impact of the herbicide 2,4-dichlorophenoxyacetic acid on human and ecosystems. Environment International 111:332-351.
Matías-Guiu J y García-Ramos R (2012). Conflicto de intereses y publicaciones científicas. Neurología 27(1):1-3.
Neumeister L (2014). Riesgos del herbicida 2,4-D. Testbiotech-GeneWatch-PAN.
Senado de la República (2022). Comisiones se instalan en sesión permanente para analizar dictamen sobre plaguicidas altamente peligrosos. Recuperado de: https://comunicacionsocial.senado.gob.mx/informacion/comunicados/3801-comisiones-se-instalan-en-sesion-permanente-para-analizar-dictamen-sobre-plaguicidas-altamente-peligrosos.
Song Y (2014). Insight into the mode of action of 2,4-dichlorophenoxyacetic acid (2,4-D) as an herbicide: 2,4-D works as herbicide. Journal of Integrative Plant Biology 56(2):106-113.
Tayeb W, Nakbi A, Cheraief I, Miled A and Hammami M (2013). Alteration of lipid status and lipid metabolism, induction of oxidative stress and lipid peroxidation by 2,4-dichlorophenoxyacetic herbicide in rat liver. Toxicology Mechanisms and Methods 23(6):449-458.
Ueda RMR, de Souza VM, Magalhães LR, Chagas PHN, Veras SC, Teixeira GR and Nai GA (2021). Neurotoxicity associated with chronic exposure to dichlorophenoxyacetic acid (2,4-D) a simulation of environmental exposure in adult rats. Journal of Environmental Science and Health 56(8):695-705.
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